viernes, 19 de septiembre de 2008

NOCHE 21 - LA INSPIRACIÓN ES ENTELEQUIA (PRIMERA PARTE).

Debo de admitir que estuve en serios problemas a la hora de decidir cómo continuar la historia. Después de darle muchas vueltas al asunto, opté por hablar de la inquietud con la que no pude luchar en mi periplo: ¿Cómo poder separar tajantemente el aspecto profesional con el aspecto personal? ¿Cómo no involucrarse hasta volverse loco si lo primero que se necesita es generar confianza y crear vínculos? ¿Cómo ver todo tan frió cuando una persona se está abriendo? Simplemente me resultó imposible.



Era más que entablar una conversación o comportarse a medio camino entre la benevolencia y lo escrupuloso. Era hacer propio todo lo que esa persona deseaba que supiera. Era querer confiar. Era darse cuenta que ya estaba en medio de la compleja formación de una relación humana. Era desdoblar mi personalidad y convertirme para esa persona, en su amigo, su confidente, su psicólogo. Era simplemente asumir el hecho de que había creado sentimientos y los había expuesto. Era aceptar que ya no sólo me podía considerar un cliente conocido o un mero vouyerista; sino un personaje más dentro del entramado mismo.




Aquí cabe entonces, un movimiento astuto: explicar cómo el inicio de mi derrota con el documental estuvo relacionada proporcionalmente con mi edad, mi físico, mi carácter y el haberme creido mi papel de humanista con cualquiera a la que le hablara.



La primera vez que visité La Tentación, entré con un semblante que exhibía inexperiencia; perfecto para ser víctima de la ordinariez de la primera mujer que me topara que estuviera bajo ese (falso) barniz de “devora hombres”. Esa mujer resultó ser Brittany.



Intimidación (“Y ese niño ¿quién es?” preguntaba al mesero, mientras me apuntaba de forma nada discreta y con un tono abiertamente burlón) y provocación gratuita (“Te presento mi clitoris” y en efecto, mostrandome su sexo en todo su opulento esplendor). ¡Vaya combinación! Sobra decir que al principio me cayó demasiado mal. Como si tratara de dejar en claro que no se iba a formar ningún nexo; Brittany, invitó a la mesa para que se “encargara” de mí a ZARA.



Zara toda frivolidad, toda arrogancia; fue la primera en hacerme ver y reconocer mi estigma: mi personalidad estaba en las antípodas del ambiente por el que sentía una rara fascinación. Mis “defectos” listos para que ellas lo vieran con cierta extrañeza: modales y falta total de malicia. Los rasgos a señalar obligadamente: mi escasa edad, así como mi apariencia inofensiva.



Ahí está revelada (¡por fin!) una de las claves del porque todos los involucrados en La Tentación/El Escándalo me conocían y notaban cuándo me encontraba con Alexandra: simplemente me convertí en la curiosidad del lugar. Y es que realmente existía un fuerte contraste entre su estridencia y mi comedimiento. Desde su llegada a El Escándalo, Bárbara supo cómo canalizar mi timidez para sentirse dueña de la situación.



Y en medio, los papeles se invirtieron: el trato agresivo de Brittany y Zara cambió a uno más accesible. O al menos, sin tanta sorna. De ahí entonces, es dónde eventualmente, se vislumbraría una buena oportunidad para iniciar a entrevistar a alguien.



Ya había aceptado para ese entonces el hecho de que Alexandra no sería la gran estrella de “Noche Efímera”…pero sí mi perdición. Tal vez desde siempre había sido mala idea pensar que las historias de ellas llegarían a mí de forma espontanea. Era momento de cambiar 360º la estrategía y ahora ser yo quién fuera en busca de ellas. Era el punto justo de conjuntar calicatencia, prosapia, enjundia y atreverme con… Zara.



Zara. La encantadora persuasiva.



Zara. La primera protagonista de la fugacidad onanista.



Zara. La nueva decepción.



Si párrafos previos escribí acerca del conflicto que me implicó dividir al “sujeto de estudio” extraido del aspecto profesional y el “ser humano” conocido en el plano personal; me veo obligado a escribir cómo el contacto gradual con Zara, magnificó dicho dilema: ¿Dónde termina la actuación del “personaje” y empieza el comportamiento de la “persona”? ¿Pesa más el interés económico que su sensibilidad? ¿Están peleados sus códigos de trabajo con la autenticidad? ¿En verdad todo está conectado sólo por el fluir del dinero, el consumo de alcohol, la artificialidad del ambiente y el hedonismo? ¿Pueden existir los valores dentro del lugar? (¡Uffff, ya me mareé yo solito!)



Yo sabía de antemano del humor voluble de Zara a causa de su adicción a la cocaína. Así que prometerme entusiasmada una y otra y otra vez, querer ser entrevistada, no era ninguna garantía. Si la relación con Alexandra era de por sí, bastante peculiar; la que llevaba con Zara sólo hacía que confirmara que me estaba involucrando peligrosamente con personas que si bien, eran el alma que necesitaba “Noche Efímera” por ser protagonistas de situaciones límite, las cuáles yo por alguna desconocida razón, estaba convencido, podía tratar con seriedad y respeto, despojándolas de cualquier morbo; sólo la estaban llevando a dar tumbos sin dejar nada en claro y dirigiéndola a nuevos e insospechados derroteros.



Sin embargo, ahí me encontraba recibiendo toda clase de palabras recargadas de zalamería, besos y abrazos efusivos; a la par que ella afirmaba que tenía apenas 19 años de edad; que su vida estaba dividida entre La Tentación, mantener desde un año atrás un noviazgo “formal”, tener dos amantes; uno que le servía de consuelo cuándo del primero no recibía el amor que ella esperaba y otro que utilizaba por cuestiones meramente económicas; terminar la preparatoria y pensar en ingresar a la Universidad para estudiar Derecho (¿Por qué demonios me está diciendo todo esto? ¿Será para que me vaya enterando con quien estoy tratando? ¿Lo está soltando por qué explotó y quiso decírselo al primer idiota que se topó? O, ya que quiero inmiscuirme en su privacidad ¿lo comentó para ver si aguanto el chingadazo?). Si dentro de la conversación, perdía el hilo de la misma, la notaba totalmente distraída o se iba a cambiar a camerinos cada cinco minutos; sabía automáticamente que por esa noche todo había terminado con Zara.



De acuerdo, Zara tampoco había sido la respuesta. Si no me equivoco, la última vez que la vi; seguía diciéndome que podía contar con ella cuando yo quisiera (¿Me lo ha dicho todas éstas ocasiones de buena voluntad y en realidad lo único que ha pasado es que no se han dado las condiciones para trabajar con ella? ¿Lo ha hecho de dientes para afuera? ¿De plano, sí se ha metido hasta el dedo todos estos meses? ¡Carajo, debo dejar de pensar tanto!).



Entonces empecé a sufrir una crisis existencial. Había dedicado más esfuerzos en pensar en el regalo ideal para el cumpleaños de Alexandra, exagerar en mi esplendidez con Bárbara, y complicarme la vida con la (pseudo) rivalidad de ambas. “Noche Efímera” se encontraba pues; terriblemente desvirtuada y desgastada.




Lo había echado todo a perder.



(¿Y si acepto de una buena vez, que mi propuesta estaba predestinada a permanecer en el limbo de las buenas ideas que nunca se cristalizan por ser ridículamente ambicioso y mejor emprendo un proyecto más simple?).



Christian González (¡sí, sí, el mismísimo protagonista de “Sexo, Mentiras y Videohome”!); sugería una alternativa atractiva: ir a contracorriente y concentrarme mejor con las madres putativas de las teiboleras: las vedettes. El sostenía la teoría de que al haber sido desplazadas y permanecer sólo en el recuerdo de unos cuántos (1); si uno se acercaba con ellas, argumentando estar sumamente interesado en sus respectivas carreras; aceptarían gustosas y en una de esas hasta soltaban sus últimos ahorros con tal de revivirlas. Además, afirmaba que tenía una ventaja de mi lado: se sentirían halagadas de que un tipo cómo yo, fácil treinta años menor que ellas, se declarara fan de su trabajo. Vaya, hasta título tentativo existía: “SEXO, LIGUEROS Y…CELULITIS”. ¡Wow, como me mataba el título! Pero había algo que no me cuadraba: si de algo me sentía orgulloso, era que realmente sentía amor por el tema y que si algún día veía la luz, se notaria de inmediato. No era pues, un capricho sólo por qué hubiera conocido a un personaje “curiosito” al cual pudiera explotar. Así, que por más seductor que resultara el tema, sentía completamente ajeno ese ambiente y consideraba que sólo sería una falta de respeto para todas estas mujeres y hasta para la bonita pero olvidada tradición del burlesque. En todo caso sería genial que otro tipo se animara en hacer un homenaje a éstas damas y a toda una época. Digamos todos entonces “¡Falta un buen documental de vedettes!” Listo. Ahhhh, pero utilizando ese mismo título, por favor.



(¿Para qué le hago a la mamada? Me estoy sintiendo un fracaso absoluto y quiero encontrar la manera de ocultarlo. Mi búsqueda simplemente me rebasó. Me quedó grande el tema. Todo ha perdido sentido, proporción y estabilidad. Creo que debo de encoger los hombros y proponerme que después del cumpleaños de Alexandra, será la última vez que pise una sucursal del infierno. ¡Eso! Dale su regalo, felicitala, deséale lo mejor y despídete. Deja todo como algo poético. Además, un día especial cómo su cumpleaños, es el marco ideal para la despedida triunfal).



Desde que me enteré, varios meses atrás, de la fecha de cumpleaños de Alexandra, rondaba en mi cabeza el plan perfecto para festejárselo. Tenía que ser el primero en felicitarla llegando con un regalo espectacular. Quedaba automáticamente descartado cualquier objeto que tuviera referencia con el metal, el rock o lo estrafalario. Se me hacía burdo y predecible. No. El mío tenía que ser un obsequio trascendente. Cómo estaba completamente seguro de que al menos otros diez pelados más iban a llegar a celebrarle su día; tenía que adelantármeles. Así que pensé ir una hora antes de que iniciara oficialmente su cumpleaños, optando por ponerme súper cursi y comprarle un ramo de rosas y una pulsera color azul turquesa. Mientras iba camino a La Tentación repasaba una vez más mi discurso que le diría a Alexandra cuándo le diera los regalos y que había ensayado probablemente durante tres meses.



Entrar a La Tentación ese día tenía tintes dramáticos. Temí no poder dar un paso más. Sería la última vez que vería a Alexandra, mientras que de Bárbara, nunca me podría despedir. No más altas sumas de dinero gastadas por meros arrebatos. No más desvelos buscando taciturnamente inspiración entre luces de neón, volutas de humo de cigarro y la inmediatez; creyéndome personaje de Wong Kar – wai. No más dialéctica extraviada con “Glory Box” de Portishead. No más frases sofistas recibidas por parte de ellas. Simplemente había dicho ¡basta!



A la par que ingresaba a La Tentación sin poder pasar desapercibido gracias al tremendo ramo que llevaba; me ponía optimista y pensaba que después de ese último día ahí; podía empezar a expandir el espectro en que me movía y de paso conocer nuevos lugares interesantes. Vamos, no todo en esta vida puede ser mujeres encueradas.



Quizás fuera buena idea, visitar antros gay para escuchar excelente música y jotear sin correa (2).



O bien, ir a cantinas de mala muerte las cuáles siempre son baratas y divertidas.



Tal vez la opción era comprometerme conmigo mismo, a aprender a bailar salsa y merengue y asistir posteriormente a salones tropicalones (3).



Otra alternativa era frecuentar las fiestas pseudo-cosmopolitas en la Condesa, la Roma o el Centro Histórico y codearme con los “party animals”, “fashion victims”, “cool hunters”,“trendsetters” (o cómo ahora se hagan llamar); ese grupito “hipster” conformado por DJ’s, fotógrafos, artistas conceptuales, diseñadores de moda, bloggers, organizadores de fiestas y socialites; el cuál además de su pueril pretensión, está caracterizado porque todos sus miembros son gays (o alardean su bisexualidad) y tiene una necesidad de estar a la moda (escuchando new rave o electro, vistiéndose con ropa holgada fluorescente o que peque de ridícula y extravagante –original, atrevida y “hot” según ellos– y asistiendo al nuevo lugar sensación de la ciudad); sin olvidar que es obligatorio terminar la jornada en (al menos) un after party, –alcohol y estupefacientes varios de por medio– (4).



Podía empezar a volverme fan de los lugares fresas donde asisten chicas que no “pasan la jirafita” (¡No, mejor eso no, puedo terminar acusado de estupro!).



O sencillamente la onda era volver a mi rutina de asistir a maratones de cine de culto, para ver cinco buenas películas por diez horas continuas; convivir así como sostener discusiones bizantinas de lo visto, dentro de los intermedios, con “freaks” igual que yo, teporochos, travestís, pobres diablos y un sequito snob que mama el cine asiático sólo por qué ahora está de moda; mientras tomo un café insípido. (¡Ay, extraño esos días llenos de psicotronia, (s) exploitation, chatarra en VHS, exotismo tercermundista, gore en aspersión, erotismo bizarro, videohomes infectos y musicales fabulosos de Bollywood!).



Después de una hora esperándola, Alexandra se acercaba a mi mesa. El día cero había llegado. Tenía que emplear la retórica y ser acertivo. Le entregaba el ramo de flores el cuál incluía una pequeña tarjeta con una dedicatoria y yo mismo le colocaba en su mano derecha la pulsera que le había comprado semanas atrás. Un abrazo le prosiguió, a sabiendas que ese sería de los últimos que le daría a la mítica “Rockerisima”. Todo parecía estar en orden, pero algo no estaba bien. A mí sólo me quedó interpretarlo con un ¿Eh? Alexandra agradecía los regalos y el detalle de haber recordado su cumpleaños; pero respondía con frialdad. Ella estaba más preocupada en saber cuánto dinero iba a obtener. Tres meses de preparación, dedicación, ensayos, perfeccionamiento e ilusión al respecto; para nada. Le compraba boletos más por patético trámite que por gusto, por lo que ninguno fue minimamente memorable. Permitía que tomara lo que se le hinchara la gana por que mi discurso ya se había difuminado. Todo era mecánico. Bebiendo las últimas gotas de su tercera cerveza, Alexandra se retiraba como si fuera cualquier otro día en su trabajo. Un beso gélido, un “Gracias mi flaquito” muy apresurado y de ahí a saquear al cliente que estaba a nuestro lado. ¡Vaya despedida triunfal! repetía incesantemente mientras salía de La Tentación.



Cómo el Metro todavía no abría, y un taxi me cobraría una tarifa desorbitante; caminé casi por dos horas rumbo a mi casa. Durante todo el trayecto recorría por todo mi cuerpo, un sentimiento incomodo e inexpresable. No era coraje. Tampoco era impotencia o frustración. Se podría traducir en todo caso cómo si me hubieran arrancado “algo” violentamente de mis entrañas.



Llegando a mi casa; sólo daba vueltas en mi cama. Así que, en un ataque catártico me vi impulsado a prender la computadora y escribir. Me importaba muy poco la sintaxis, la lírica y que no existiera un destinatario real para lo que estaba expresando; yo sólo escribía rabiosamente mientras que por mi mente cruzaba desaforadamente la imagen de Alexandra. Hice una lista. En ésta, la acusaba de ser manipuladora, convenenciera, drogadicta, alcohólica, mediocre e ignorante. Por supuesto, todo lo hacía para lastimarla, para olvidarla, para abandonar definitivamente la necesidad de verla.



Terminando de escribir, me daba cuenta que me sentía distinto. Ufanía y liberación permeaban la descarga de palabras. Ya más relajado, me dispuse a leer detenidamente esa serie de maldiciones y reclamos, de los cuales, Alexandra nunca en su vida se iba a enterar. O al menos, eso pensé. Hubo entonces, un hecho que me quitaba del rostro, mi ridícula sonrisa sardónica: todo lo que estaba en el monitor era cierto, pero el cariño hacia Alexandra no desaparecía. ¡Odias esos desplantes, esa intempestividad, pero eso es también lo que te encanta de ella; reconócelo de una vez por todas!, me decía a mí mismo, un par de veces en voz alta. Se escuchaba raro, pero era real. Es gracioso: éste ambiente es sólo un cúmulo de instantes y circunstancias. Todavía es difícil acostumbrarse pero es así. Un día, una chica espontáneamente te da un obsequio, declarandote sus sentimientos; y un mes después pareciera que nada de eso ocurrió. Supongo que el ciclo con ella finalmente terminó.



De ésta manera, nació la obligación de escribir cada vez que lo ameritara, y que surgiera la vehemencia; una suerte de bitácora acerca de mis vicisitudes para hacer el documental, los extraños encuentros que sostuve con mujeres que me volaron la cabeza y… ¿Acaso ésta no es sólo una salida fácil para continuar la historia, mordiéndome la cola una y otra vez?



Reparaba así, que haber escrito esa retahíla de improperios no sólo había servido irónicamente para llegar a los retruécanos de mi mente y poder admitir que Alexandra era una mujer que sin duda me había marcado de una manera muy heterodoxa; sino para comprobar que seguía entusiasmándome hablar del tema y regodearme en la decadencia, lo grotesco y la (auto) destrucción del mismo; cómo si tuviera una imperiosa necesidad de tocar fondo lo más rápido posible. Incluso ahora todo esto, adquiría aires más personales. Concluyentemente, todavía era muy pronto para renunciar a su realización. Yo no veía esto cómo una perversa revancha; más bien, ellas eran la excusa perfecta para volver a la creación de “Noche Efímera”.



Tenía que actuar lo más rápido posible y recobrar todos los meses desperdiciados. Así que, haciendo alarde de una buena memoria; Zara en una de sus tantas (¿falsas?) muestras de algarabía; instaba a algunas de sus compañeras a que escucharan mi (loca) idea. Lo primero con lo que me topé cuándo le mencionaba a alguna de éstas teiboleras la palabra “documental”, es que se bloqueaban, se asustaban peor que en una redada y no entendían por más claro que intentaba ser. No importaba que insistiera que por mi condición de vil estudiante, mi trabajo no podría ser distribuido; en televisión era prácticamente imposible que lo transmitieran y por ende, no podría tener cobertura en los medios impresos y/o electrónicos; ellas por alguna extraña razón, asociaban la palabrita, de la particular siguiente manera: Documental= Televisión. Televisión= Televisa. Televisa= Programa de chismes baratos. Programa de chismes baratos= Secreto revelado ante hijos y/o padres así como desprestigio asegurado.




Era un hecho que hablar de arte con una bailarina era inútil. Cancelado quedaba hablar de géneros, narrativa, estética, encuadres. Nada de eso servía con ellas. Era momento de agregarle algo de mamoneria al asunto. Soltaba por ahí palabras cómo “cámaras profesionales”, “presupuesto”, “experiencia” y términos cómo “trabajo respetuoso” y “filmación seria”.




Parecía que ahí se tenía algo. Sobre todo con la palabra “presupuesto”. Pero su desconfianza rebasaba cualquier suma de dinero. La respuesta tampoco estaba en el dinero, porque éste corrompió en más de una ocasión su integridad física y moral; así que, ese no era un estimulo, sino un insulto. De acuerdo, nunca nadie iba a aceptar mi propuesta, si seguía creyendo el poder soslayar su recelo; solamente a base de la elocuencia bien ensayada y dosificada, tratando de ser tomado en serio. Vamos, debía de dejar la hipercodificación; empleando en su lugar la hiperestesia, proyectando fervor hacia ellas, y no sólo hacia mi trabajo. Así que un poco de grandilocuencia en mi dialogo mezclada con sublimación a su trabajo y un toque de mesura. ¡Voila! Ya tenía su aprobación para eventualmente participar… y sus respectivos teléfonos.



Entre las candidatas se encontraba CORINA; una señora que definitivamente tenía tatuada la palabra “Escoria” en la frente (look anacrónico, tatuaje anti-estético, voz espantosamente chillona, rostro cubierto por arrugas…); aunque eso sí, elegía muy buena música para sus presentaciones: “Raiders On the Storm” de The Doors, “Paint It Black” de The Rolling Stones “Money for Nothing” de Dire Straits y puras rolas de catalogo viejo con las que te nacía el deseo de sacar las playeras negras del cajón. Y por supuesto... también figuraba Brittany.



Entonces, lo más ¿sensato? para mí fue rescatar el teléfono de Brittany y contactarla… ¡chale, hubiera escogido a Corina!




De primera instancia al ver su considerable estatura, su piel trigueña y su tosca fisonomía; cualquiera juraba que Brittany era colombiana, venezolana o incluso cubana. Al escucharla, su acento no hacía más que seguir levantando sospechas respecto a su nacionalidad. No obstante, ella sostienía que nació en Morelia, Michoacán. Probablemente, su lugar de origen nunca se sepa. Lo que sí se sabía es que era una “Diva” obsesionada con el gimnasio y por hablar de las bondades de practicar box. Cuerpo esbelto, piernas torneadas, brazos tonificados, glúteos firmes y senos en su lugar; respaldaban dicha fijación. En otras palabras, tratando de ser objetivo y sincero; físicamente Brittany sí le súper partía la madre a Bárbara. (¡Uy, que políticamente incorrecto sonó eso!).




Así que la estrategia debía de cambiar radicalmente. Atrás habían quedado la analogía del table dance entre la desmitificación de éste cómo mero generador de regocijante fantasía y la doble vida de Alexandra; la cuál de haberse concretado, corría el riesgo de caer en el tremendismo más obvio si no llegaba a la sensibilidad adecuada; o la apología de éste, cómo escenario ambivalente ilustrado por los testimonios del crisol de chicas cuasi anónimas que había conocido a través de los meses, el cuál tenía el problema de poderse volver complaciente si mi complicidad hacia todas ellas, rebasaba a las entrevistas mismas (una tal JAMIE –una señora de físico impresionantemente bien conservado, que hacía unas presentaciones hiper bizarras vestida de arpía o árabe; y que conocí en aquella “LOCA, LOCA ESPECTACULAR BORRACHERA POST-REGALO DE ALEXANDRA; dónde, a pesar de mi estado etílico, pude entender que tenía un hermano enfermo de cáncer de pulmón y así supe que en realidad era AÍDA– o ANAHI –una muchacha que, creo recordar, en realidad se llamaba DENISSE, la cuál era medio famosita en La Tentación, gracias a unas fotos que le tomaron anunciando el lugar y que fueron publicadas en “Noches de Reventón”, una revista de medio pelo. Cuándo la reconocí, a mí sólo se me ocurrió decirle ¡Que buenas fotos! ¿eh? Por la expresión que hizo, pensé que mi comentario no le había causado la mínima gracia y preferí no decir nada más. Sin embargo, la siguiente vez que me la topé, llegó saludando amablemente con un “¡Que buenas fotos! ¿eh?”, convirtiéndose a partir de ahí en un “rolling gag” tonto pero simpático–). Evidentemente también quedaba en el pasado, la declaración de principios del lugar, con su mitología y sus tabúes; teniendo cómo centro de todo ello a Zara. Si de ser franco se trata, a distancia veo todos estos obstaculos cómo beneficos ya que presiento, hubiera terminado en cualquiera de los casos, siendo un ejercicio más bien lúdico e insustancial.




Así, ésta vez el ardid consistía en hacer una disección más terrenal. Adiós a la fatalidad y las situaciones extremas. Esa era la ventaja que me ofrecía Brittany: al nunca haber superado el comentario trivial, no me preocupaba que dentro de la entrevista se me saliera lo subjetivo y que esto en un momento dado se convirtiera en un lastre. No había sentimientos que intervinieran ni empatía que interfiriera. No existían secretos que estuviera expectante en develar. Por supuesto, detrás de ese cuerpo espectacular, subyacía alguna tragedia, un pecado, varias mentiras; pero yo necesitaba a Brittany cómo el “personaje” que conectara con el concepto del table dance cómo escaparate que transita entre lo delirante y lo absurdo (5); a medio camino entre lo popular y la supuesta elegancia: su oropel (6), sus mujeres con nombres falsos, su clientela arrobada por escarceos desalmados (7), las charlas donde se dice todo y nada a la vez…




Así cómo el bar de tradición, atemporal, perdido en su propio espacio (8), con sus fieles y eternos parroquianos, sus tertulias que mezclan lo etílico con lo filosófico, sus prostitutas maduronas que prácticamente nadie hace caso y parecen parte del inmobiliario el cuál a su vez ha visto sus mejores épocas pasar (9); es parte vital de la vida cultural de la ciudad (10); o el salón de salsa con sus clientes expertos en bailar muy arrimado con alguna fichera, mientras un grupo musical de media estofa toca en vivo, hasta que el cuerpo aguante o la última pieza se toque (lo que ocurra primero) es un breve muestrario de la idiosincrasia del país (11); el table dance es un síntoma de nuestra época (12).



La etapa de localizar a Brittany, refrescarle la memoria, asegurarla y concertar una cita para poder entrevistarla; ya anticipaba lo peor. Después de varios intentos, ella contestaba mis mensajes y aceptaba resolutamente participar, pero me indicaba que si deseaba contar con ella, tenía que esperarla al menos un mes, ya que ella se encontraba en…Playa del Carmen.



Brittany desde unos meses atrás, por medio de su representante (porque según la regla #19“EN EL MUNDILLO DEL TABLE DANCE, LA CUESTIÓN ES TENER O NO TENER A ALGUIEN QUE MANEJE TU CARRERA”; ya que significa obtener o no obtener mejores sueldos y condiciones de trabajo más convenientes así como el laborar o no, en lugares de mayor categoría; aunque esto sea también el destinar un 15%, 20% o más de lo ganado, a sus servicios y estar en cierta manera atenida a sus ofertas); estaba probando suerte por una temporada, en un territorio coptado por extranjeras, intentando competir con éstas, para así conocer las bondades de los dólares, que le podían proporcionar señores cincuentones americanos, italianos o suecos (de esos que decidieron pasar el resto de sus vidas en el ostracismo en lugares donde prácticamente no pasa nada) o un grupo de yuppies que va a esos rincones paradisíacos a despilfarrar su dinero.



La espera, en vez de verla cómo un problema, la consideraba providencial: podía pulir y depurar mi nuevo cuestionario y ensayar mi faceta de entrevistador para conseguir que se respirara un ambiente de confianza y así poder sacar fácil y rápidamente buenas respuestas. No necesitaba ser un genio para saber que Brittany se sentiría insegura y nerviosa; que la cámara la intimidaría; que si yo no lograba generarle seguridad (siendo torpe a la hora de hablar o no empleando el tono adecuado); perjudicialmente para el documental, saldrían las respuestas por tirabuzón más que por convicción. No buscaba el cuestionamiento incisivo (¿Qué se siente desnudarte ante un grupo de hombres que lo único que quieren es que te quites lo más pronto posible la tanga? / ¿Le contarías a tu hija acerca de tu ocupación?); ni comprometedor (¿En dónde trabajas? / ¿Cómo es la relación que mantienes con el dueño del lugar?); si no el ambigüo (Describe un día completo en tu trabajo / Cuenta una anécdota al respecto); para que le fuera más sencillo explayarse. Si dentro de sus declaraciones, aparecían confesiones de su trabajo (“Me enamoré de un cliente” / “Envidio a muchas de mis compañeras porque son más guapas que yo”) o tópicos de su vida privada (“Para conservar mi figura, sufro desordenes alimenticios” / “Mi verdadero nombre es…”); sería por su santa voluntad. De hecho, le prometía, entregarle dos copias de la entrevista (una en bruto y otra editada); para que comprobara que no existía manipulación a sus respuestas.



El chiste era hacer una entrevista demo para posteriormente evaluarla y saber si esa era o no la línea a seguir, qué preguntas funcionaban, cuáles se debían de omitir, cuáles reformular y sobre todo si el contenido presumía o carecía de interés. Si todo encajaba, el siguiente paso era encontrar a una nueva chica que estuviera en el mismo tono que mi primer entrevistada para enriquecer sus puntos de vista al respecto. Posteriormente hallar una tercera que no tuviera que ver con las dos anteriores en lo absoluto (físico, estilo, popularidad, carácter, etc.,etc.); para contrapuntear con lo previamente establecido y así sucesivamente. Más adelante me embarcaría en el bonito pero demandante trabajo de edición para enlazar lo mejor de todos los testimonios y crear un discurso coherente y cohesivo –post-producción y diseño sonoro aparte–. Tendría así en mis manos, al menos un primer tratamiento el cuál pensaba, podía enseñárselo a mis maestros para que me dieran su opinión, sus consejos y me dijeran que tenía que corregir y que agregar. Era un trabajo indefectiblemente duro, rudo y puro; pero alguien debía de hacerlo. Vamos, hubo un momento dónde llegué a considerar seriamente el inscribirme a cuanto curso y taller del género existiera para poder perfeccionar mi obra.



En las semanas que tuve de ganancia, conseguí un camarógrafo y transporte para poder recogerla cuándo el día de la entrevista llegara. Por último, gracias a unos buenos contactos, estaba a mi disposición una locación increíble para efectuar la entrevista; un salón amplio, excelentemente iluminado y con el agregado de que nadie nos interrumpiría. Quizás los únicos puntos en contra eran que por lo menos esa primera grabación no tendría nada de espectacular visualmente hablando (dos o tres emplazamientos básicos de cámara máximo y luz natural); y que la locación no tenía mucho que ver con lo que se iba a hablar. Obviamente lo ideal hubiera sido grabar en pleno table dance, pero en estos prácticamente las cámaras (tanto fotográficas como de video; así como celulares con esta función) están vetadas: la seguridad de todos los involucrados ahí, están en riesgo y los trasfondos sucios del negocio se pueden exponer. En todo caso, si hubiera obtenido el permiso del dueño para emplear por unas horas las instalaciones de su establecimiento, hubiera tenido que pagar una suma considerable de dinero que difícilmente conseguiría a corto plazo. Así que por el momento no me convenía realizarla en La Tentación. Christian González en una de sus acostumbradas propuestas estrambóticas, me recomendaba que para que la entrevista tuviera un toque más realista y que existiera una mayor relación con lo que eventualmente oiríamos; una buena idea era recrear en la misma locación, un table dance. Hipotéticamente, era posible volver la locación elegida, una fiel copia de La Tentación: podía solicitar apoyo a compañeros de la Universidad para decorar el lugar, construir una pequeña pista y posteriormente fungieran como staff; rentar mesas, sillas y luces y convocar a harta banda para que sirvieran cómo extras; trasformando una simple entrevista demo en una fulgurante docuficción con la cuál invariablemente invertiría una cantidad en efectivo que no tenía contemplada, me convertiría en productor ejecutivo y pensaría en temas como “catering” o transportación (cómo si no fuera suficiente ser director/guionista/productor/ exegeta/relacionista público/negociador). Pero no me atraía en lo mínimo la propuesta. No era el financiamiento, tampoco era el esfuerzo que se requería. Mi desacuerdo consistía en que no me sentiría a gusto, sabiendo que un gran porcentaje de lo que se llegara a ver en pantalla iba a ser una mentira. Además, aún contando con el mejor director/diseñador de arte del mundo y por más detallado que fuera su trabajo; a éste le sería imposible reproducir el espíritu y el “mood”. Todo sería aséptico, malsonante y ausente de naturalismo.




Mi postura, era improvisar y darle un giro a las limitantes que arrastraba. Si no podía grabar en La Tentación; entonces emplearía el nominalismo, sacando a mi entrevistada de su contexto plenipotenciario. Por ello le pedí a Brittany que el día de la entrevista fuera vestida con la ropa que usa fuera de su trabajo. Nada de escotes, faldas atrevidas, pareos trasparentes ni plataformas imposibles. Nada de maquillaje vistoso, pelucas o extensiones para el cabello. O sea no debía de haber pistas a que se dedicaba Brittany. La tirada era que realizada la grabación, aquel que la viera, primero se topara con una joven anónima a la cuál apreciaríamos sentada en un espacio indefinido en “médium close – up” o quizás en un “médium shot”. El espectador se enfrentaría a la incertidumbre de que no habría indicio alguno de lo que se desprendería de ésta breve primera toma. Inmediatamente después, ella se presentaría: “Soy Brittany, tengo 29 años de edad, nací en Morelia, Michoacán y soy teibolera”. ¡Pum, ya tenía enganchado al espectador!




Me concentré tanto que el mes se pasó cómo agua. Sólo necesitaba hacer una nueva llamada a Brittany, la cuál ya había regresado de su estancia por el Pacifico, para confirmar el día y la hora que nos veríamos, así como el lugar donde la recogeríamos. El caso estaba cerrado: era hora de enfrentar el transito, llegar puntualmente a la cita, presentar ante ella, la apostura de eficiente director en ciernes, entrevistador implacable y especialista del tema por derecho propio; conseguir el encuentro exacto, la contestación precisa y definitiva, terminar con la reputación intacta y quedar satisfecho con lo hecho; listo para la búsqueda de una siguiente voluntaria. . Sin embargo, irónicamente el día en cuestión, acepté preocupadamente que resultaría imposible llegar a la hora pactada al encontrarme retrasado alarmantemente por 25 minutos. Al parecer había sido víctima de un error de cálculo y ese descuido podía destruirlo todo: Brittany quizás no toleraría mi tardanza y cancelaría en un tronar de dedos (no en balde era una “Diva”) o el ambiente podría tornarse tenso a partir del momento que la recogiera o bien ella podría cambiar su humor influyendo de forma drástica y negativamente a sus respuestas. Dadas las circunstancias en las que me encontraba, sólo me quedaba actuar con aplomo, hablarle diplomáticamente, tratando de estirar lo más posible la llamada con disculpas y promesas para que todavía no se retirara del lugar acordado y siguiera vitalista. Podía haber esperado cualquier respuesta o reacción de ella: que estuviera furiosa, amenazando con renunciar por qué estaba jugando con ella, que ella también estuviera desfasada y no hubiera ningún problema de vernos más tarde, que no estuviera tan contenta por mi desliz pero concediera esperarme unos minutos más o que ella tomara la iniciativa de acortar distancias, quedándonos de ver en un punto intermedio. Cualquier cosa hubiera esperado, menos la real: Brittany ni siquiera tenía pensado presentarse. Supuestamente le había surgido una emergencia y cómo no tenía manera de comunicarse conmigo esperaba que yo, milagrosamente, le llamara. Aseguraba que podía seguir considerándola dentro, por lo que se comprometía a llegar ella misma a la locación en las primeras horas de la mañana del día siguiente.



Por supuesto, ésta (aparente) posposición, desarticulaba todo. No importaba el hacer una serie de llamadas con mis contactos para retener y asegurar la locación o sobre la marcha ver y determinar un nuevo horario; al final de cuentas el cine está lleno de esas tribulaciones: sobrepasar estratosfericamente el presupuesto establecido, “scoutings” y/o “castings” improductivos con el inicio de la filmación encima, el plan de trabajo vaticinando un fiasco cuándo ya se está yendo en contra de éste, falta de equipo o accidentes con el mismo en momentos cruciales; la repetición “ad nauseum” de cierta toma o crews peleados a muerte terminado el rodaje provocado por la falta de sueño, el hartazgo, el stress, el convivir con las mismas personas durante varias semanas completas y continuas, y el desajuste de horas trabajando. Todo eso y mucho más, se debe resolver con rapidez, ingenio, talento y serenidad cómo si de un monje zen se tratara.




No muy recientemente, cuándo me tocó la oportunidad de dirigir “Sexo, Mentiras y Videohome”cómo trabajo final de un semestre en la Universidad; tuve que sortearlo todo: mis compañeros franca y honestamente odiaron la simple idea de hablar acerca de un director del cuál no tenían ni la menor puta noción de quién era, pero que les sacaba salpullido al enterarse que estaba dentro de la nunca bien ponderada industria del videohome. Ellos hubieran preferido a un tatuador oaxaqueño con su particular filosofía de vida entre el hippismo y el existencialismo de bolsillo. El desagrado se acentuó cuándo todos conocieron al ya citado Christian González con todo y familia en su propia casa, y nadie pudo disfrazar su intención de huir lo más pronto de ahí. No dudo que lo hayan tildado de un viejito pirado; por lo que todos participaron por obligación, nunca por gusto.




A éste primer obstáculo, le tuve que sumar en sólo tres días; que se debió cambiar la locación más importante en cuestión de horas (originalmente se realizaría la mayor parte de la entrevista en su propia casa por comodidad y facilidad, pero la administradora de la privada dónde él vivía, lo impidió, creyendo que irrumpiríamos con un arsenal de equipo, una flotilla de camiones y alteraríamos el orden y la paz de todos los vecinos, por lo que se llegó a la conclusión de que se hiciera ese segmento en la casa de la abuela del productor); a punto de comenzar a entrevistar a mi personaje en una locación exterior, que tenía de fondo un altar a la Virgen de Guadalupe (supuestamente para representar mamonamente la idiosincrasia que refleja su cine), empezó a llover, por lo que se tuvo que improvisar una lona y cuándo ésta se encontraba lista, llegó una vendedora de raspados ahogada en alcohol llorando inconsolablemente, tirándose al suelo, instalándose con gran tino en pleno altar, mientras el que parecía ser su esposo, trataba de llevársela entre jalones, gritos y regaños; y cuándo por fin aquel hombre retiró a la señora, la entrevista comenzó con fallas eléctricas y las luces fueron intermitentes durante toda la charla.




Si eso no fuera suficiente, la mitad de mis compañeros estaban drogados con ácido, tuvimos serias dificultades para grabar una secuencia en un puente peatonal por falta de experiencia trabajando en exteriores, por un error de dedo se grabó encima del final de dicha secuencia, cuándo se estaba en proceso de edición, era notorio que en gran parte de la película, el lente de la cámara estaba sucio y el sonido estaba desincronizado, teníamos poco material de “stock” para ilustrar las palabras de mi entrevistado, el primer corte era caótico (entre videohome mercachifle y cortometraje amateur), mientras que una segunda aproximación era a duras penas aceptable (más por ciertas viñetas con declaraciones inspiradas y anárquicas de mi personaje, dónde no dejaba títere con cabeza; que por otra cosa).




Esa experiencia, siendo responsable de estar al frente de un proyecto, más todas las que viví durante dos años en trabajos (inter) semestrales con el resto de mis compañeros; me curtieron para no perder la compostura en momentos de crisis (vamos, quedamos –a la fecha– sin terminar un cortometraje). Precisamente la amistad con el mismísimo “Rey del Videohome” me enseñó que el cine no es el glamour para la “gente bonita” que según él, transformó el medio en un capricho para quinceañeras: todos quieren su fiesta/película pomposa a cualquier costo para presumir a sus amigas pobres y primas fresas… perdón, quise decir a los colegas y a la prensa. Así que aprendí que siempre habrá a la mano una solución buena, bonita y barata. O parafraseándolo, “CON UNA CÁMARA Y UN CULO, HACES UNA PELÍCULA”.




Pero ni comer atún por dos semanas o dejar de bañarme por varios días, me habían preparado para hacerme a la idea de poder quedarme sin la única persona con la que contaba en esos momentos. No tenía un plan emergente si ésta situación llegaba a presentarse. De éste modo, el segundo intento al día siguiente se convertía en determinante: era prácticamente un hecho de que no existiría margen para una tercer oportunidad. A la mañana siguiente, la presión ofuscaba. La dilatación de los minutos, esperándola en la esquina pactada, sólo acrecentaba el nerviosismo. Y en el aire se respiraba un ambiente pesimista.




Brittany nunca llegó.




Nuevamente me encontraba en el piso. Y con la caída, el desencanto volvió. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué más necesitaba hacer? ¿Qué detalle había ignorado? ¿Qué arista debía de plantear? ¿Qué alternativa debía de tomar?




Había pasado dos semanas desde mi caída y un mes desde la última que vez que asistí a La Tentación. Regresaba inseguro y acomplejado. Debía de comenzar otra vez de cero, aunque sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo. No obstante, sólo bastaron dos días para responder todas mis interrogantes y poderme dar cuenta que mi derrota estaba cantada antes de comenzar. Y todo se lo debo a MARTELL.

sábado, 12 de julio de 2008

NOCHE 20 - 24 HOUR PARTY PEOPLE.

Sólo pasó un día y regresaba a La Tentación…aunque en ésta ocasión yo era el que me presentaba en condiciones lastimeras. Unas horas antes había estado tomando cantidades industriales de cerveza, y cuándo menos me di cuenta, ya me encontraba bailando ridículamente “Hung Up” de Madonna, aplaudiendo frenéticamente y gritando a todas las bailarinas que subían a la pista y teniendo serias dificultades para hilar más de cinco palabras coherentemente.

Poco que rescatar... a no ser por un pequeño detalle revelador: entre mis desfiguros me tocó conocer a LISSETH, otra amiga de Alexandra la cuál me reconocía fácilmente y me presumía que ella sabía del regalo y los motivos del por qué Alexandra me lo dio.

Lisseth (¿dijo que se llama realmente Anahí?) me confirmaba que Alexandra sentía cierta simpatía por mí... aunque al igual que Brittany desconocía la razón. Además comentaba de que aún no conociendo a Alexandra, era evidente dicho sentimiento, por lo atípico del caso, poniendo su propia experiencia cómo ejemplo: si ella hubiera estado en la misma situación, nunca se le hubiera ocurrido hacer algo parecido; si ella hubiera sido la victima de las agresiones de un cliente ebrio, sólo habría habido una solución viable: mandarlo invariablemente a la verga y comenzar con el que sigue. Lo dicho: el lugar no tiene memoria.

Con todo lo sucedido y revelado en sólo unos días, sólo me quedó cuestionar:

1.-
¿Qué necesidad tiene la mujer más popular del lugar de hablarle por teléfono, pedirle disculpas por un incidente tan rutinario e incluso comprarle un obsequio a un tipo que sólo ve una vez a la quincena y el cuál no se caracteriza por dejar hasta la camisa, para asegurarlo; cuando lo que le sobra son hombres que la solicitan, revientan hasta las mil y gastan en ella cantidades estúpidas de dinero continuamente?

2.-
¿Cómo debería de estar el plan fríamente calculado, para que me diera el regalo, aceptara las disculpas y asistiera aún con más frecuencia exclusivamente para verla?

Sin embargo, y aún con las palabras de Brittany y Lisseth, todavía no me quedaba muy claro a qué se debía todo esto. Una vez más, el tiempo arrojaría las respuestas.



Lo que decidí en ese momento fue dejarlo como estaba, queriendo ignorar la razón real y mejor concentrarme de una vez por todas con “Noche Efímera”.

Tendría entonces, que conocer y enfrentar mis primeras vicisitudes reales iniciando precisamente con Brittany.

miércoles, 9 de julio de 2008

NOCHE 19 - UN REGALO CARGADO DE DELIRIO.

Una quincena había pasado desde la llamada de Alexandra y regresaba a La Tentación.

Asistía con ciertas reservas y dudas. Es cierto, era frecuente que Alexandra al despedirse de mí, afirmara que me tenía un regalo, pero hasta ahí llegaba la promesa. Llegué a escuchar tantas veces aquello, que ya lo tomaba sólo cómo un “rolling gag”, cómo una despedida amable. Punto. Y la petición cuándo me habló, la quería ver cómo una manera de quedar en paz.


Además, ¿qué posibilidades había de que una teibolera se tomara la molestia de comprarle algo a un cliente por un incidente tan frecuente en su ambiente cómo lo es ponerse hasta el culo? Al final de cuentas, es tácito que a la hora de asistir se está expuesto a ese tipo de inconvenientes.

Pero bueno, después de recibir un par de horas antes, un mensaje que decía “No vayas a faltar mi flaquito”; ahí me encontraba nuevamente.


Yolanda no tardó en saludar y prometer que traería a Alexandra. Cuándo ésta llegó a mi mesa, noté que traía algo en las manos y lo trataba de ocultar. Y la promesa se cumplió; sí había un regalo sorpresa dentro de una pequeña bolsa: una chamarra negra que reflejaba su estilo.

No tenía palabra alguna hacia ella. La emoción me lo impidió. Sin embargo, una serie de preguntas revoloteaban en mi cabeza: ¿Qué significa el regalo? ¿Qué trata de demostrar con esto? ¿Es porque siente empatía hacia mí? ¿Es sólo para limpiar su culpa? ¿Lo ha hecho por mero interés? ¿Por celos?

Sí, copas, muchas copas compradas, mientras escuchaba la repetición de la llamada por teléfono. Sí, varios ticket table demasiado...acalorados (¿Uno? ¿Tres? ¿Seis? ¿Acaso importa? Para la mañana siguiente ninguno de los dos recordaremos nuestro descrédito ¡Así que a soltarse la greña y que se joda el mundo!).

En el momento, en el que Alexandra se retiró para prepararse a ejecutar una de sus características presentaciones; su amiga BRITTANY llegó a mi mesa, para saludar, pedirme que le dejara ver la chamarra y preguntarme qué me había parecido el detalle. Ella ya sabía con antelación del mismo y en secreto me decía una cosita inquietante: Alexandra me había dado el obsequio porque ella sentía cariño hacia mí…aunque la razón la desconocía.

La noche terminaba. El regalo revolucionó las cosas. Alexandra se despedía pidiéndome que para mi siguiente visita nuevamente le avisara mi plan, porque todavía le quedaba algo pendiente por darme. El aparente motivo del porque estaba teniendo esas atenciones conmigo, trastornaba todo. Ya en la mañana en mi casa, dispuesto a dormir, recibía a mi celular un mensaje que decía:

“Que tengas buen día. Te quiero mucho”.

Si bien es cierto, no podía considerarme cómo la primera y única persona que recibía un gesto de esta naturaleza por parte de Alexandra (realizados por amistad, por estar enamorada, por conveniencia, por mera diplomacia); los que gozaron de ese privilegio, se contaban con los dedos de las manos… y ahora yo era uno de esos dedos.

Curiosamente, pasaron sólo unas cuantas horas para regresar a La Tentación y con ello pude confirmar esto y enterarme por conducto de otra amiga de Alexandra, el motivo del regalo… o en todo caso, su punto de vista del por qué lo hizo.

domingo, 20 de abril de 2008

NOCHE 18 - LO IMPORTANTE ES OLVIDAR.

Bárbara esa noche efímera, se proclamó en mi lista personal como “La Reina del Ticket Table”. Y por supuesto, me enamoré aún más de ella.

-“Yo sé que te gusto flaco; así que te confieso algo: contigo sí aceptaría un privado. Tú sabes que yo no cojo por dinero; tú has visto cómo he rechazado las propuestas de los clientes. Pero voy a hacer una excepción contigo, porque hasta éste momento tú has hecho cualquier cosa, menos andar pensando en cogerme. Te cobraría $3000. ¿Qué te parece que la próxima vez que vengas lo hagamos?”

-¡Gulp!




Al día siguiente en mi casa, estaba con un sabor de boca amargo, con un ánimo espeso, decepcionado, deprimido, somnoliento; mientras que le daba vueltas una y otra y otra vez a la propuesta de Bárbara... hasta que unos minutos para la medianoche, recibí una inesperada llamada.

Era Alexandra.

Hablaba con la voz entrecortada y aguardientosa. Durante aproximadamente 15 minutos, se deshizo en disculpas, en tratar de explicarme de que nunca supo lo que hizo y que nunca fue su intención haberme tratado así. Comentaba que lo primero que pasó en su cabeza cuándo recobró la conciencia era saber qué había pasado conmigo y cuál había sido mi reacción.

No podía reclamarle nada. Sabía que no había sido ni su culpa ni su intención. A mí sólo me quedaba aclararle que lo ocurrido unas horas atrás, no afectaría en lo absoluto nuestra (particular) relación. Borrón y cuenta nueva.

La llamada terminaba con una curiosa petición: la siguiente ocasión que asistiera a La Tentación, tenía que mandarle a su celular, un mensaje previamente avisándole mi plan, ya que ese día me llevaría un regalo sorpresa.

Una quincena después, conocería de qué se trataba esa sorpresa.

domingo, 13 de abril de 2008

NOCHE 17 - MALDITO SEA TU NOMBRE.

Una semana después de haber estado con Bárbara; El Escándalo se convertió en SCANDALO apostando infructuosamente ser un salón de baile, posteriormente un bar gay para finalmente aspirar ser una versión VIP de su hermano; con algunas de las “Divas” del local contiguo junto a un novísimo staff aunque siempre con la misma decoración y fachada); mientras que La Tentación a partir de ese momento intentó regresar por lo que era suyo…aunque en realidad nunca pudo volver a ser el mismo de antes: poca afluencia aún en días que deberían estar hasta el tope, un ambiente apático, una remodelación que lo hizo aún más impersonal, un local que presentaba pocas novedades, cambio constantes de gerencia, una plantilla que se renovaba pero que no lograba convencer del todo y que además se quejaba abiertamente de que el negocio no funcionaba; con clientes que no se dignaban en pagar copas pero que eso sí, se mostraban mucho más abusivos; mucho ticket table, sí, pero poco sustancial a la hora de hacer las cuentas, capitanes que no daban las condiciones más adecuadas para poder trabajar....

Con sólo dos días de reabierto La Tentación, me sentí totalmente atraído en ir, sin saber que esa noche se desencadenarían dos hechos que trastocarían todo.

No había pasado siquiera 20 minutos cuándo ya YOLANDA, una boletera madura, medio confianzuda y engorrosa que llevaba sólo un par de semanas trabajando ahí junto a otra nueva boletera llamada MARCELA, ésta joven y simpática; ya me andaba saludando y prometiéndome que me traería a Alexandra, la cuál ya había regresado a las andadas, después de recuperarse de su lesión.

Aún pidiéndole que esperara un rato, ya tenía en cuestión de segundos a Alexandra postrada frente a mí... sólo que con un pequeñísimo detalle: estaba completamente alcoholizada. Y las cosas se iban a poner feas.

Alexandra para ese momento estaba consciente, pero a un paso de que se le volara la cabeza después de haber tomado sopetecientas copas. Los síntomas: repetición “ad absurdum” y con dificultad de incoherencias y actitud desinhibida tomando aún más, considerando que ya no tenía nada que perder. Hasta ahí, todavía las cosas se mantenían tranquilas.

Pero, era de esperarse que eso no iba a durar. Así que al rato, ya andaba de agresiva, haciendo desfiguros, realizando presentaciones de proporciones épicas, dejándote solo para irse a otras mesas, y después cuándo se le pegaba la gana, regresaba a la tuya.

(¿Por qué carajos se me ocurre, ante tal panorama, gastar en ella; sí no se puede ni sostener? No sólo la estoy pasando súper mal; sino que hasta estoy siendo regañado por gerentes, compadecido por meseros, bromeado por boleteras y visto por muchas de las chicas burlonamente. Se podría decir que estoy en medio de un maldito predicamento. El ambiente se ha enrarecido. A Alexandra ya se la llevaron los de seguridad a camerinos prácticamente arrastrándola y no creo ya que salga de ahí en lo que resta de la noche. Aunque ciertamente tampoco me quedan muchas ganas de seguir viéndola. Creo que es momento de largarme “right here, right now” no sin antes pedir que me devuelvan mi dinero. Un momento, un momento, ¿de verdad puedo ser tan ingenuo para creer que a alguien aquí le interesará mi desgracia? Además uno de los capitanes acaba de recordarme la regla #10:

- “EN EL MUNDILLO DEL TABLE DANCE, LA CASA NUNCA PIERDE”. A menos de que se sea influyente o se sea más cabrón que bonito; se puede hacer lo que se quiera: ponerse al tú por tú con el capitán del lugar, escenificar un berrinche, montar en cólera aventando vasos y ceniceros por doquier, usar pacíficamente la labia con el gerente o portarse cínico y negarse a pagar. Se puede hacer lo que se crea más conveniente, total es imposible ganarles a los hombres de traje. En todo caso, lo que se puede obtener por andar discutiendo es que te saquen billetes, monedas, celular y reloj a punta de patadas.

Así que sólo puedo resignarme. La casa me ofrece una cerveza de cortesía y me sugiere llamarle a alguien más. ¡Puta, lo que menos quiero en estos momentos es permanecer aquí! Únicamente quiero olvidarme de todo, irme a dormir, no pensar en éste mal rato que estoy atravesando, posiblemente más tarde, darme de topes y... acabo de ver a Bárbara.).

Ahí todo dio un giro inesperado.

NOCHE 16 - ELLA VA A SALIR ÉSTA NOCHE DEJANDO ATRÁS SU VANIDAD. QUIERE GUSTAR Y SER GUSTADA, SENTIRSE DESEADA, BAILAR Y BAILAR.

No había siquiera terminado de subir la escalera que dirigían al antro cuándo lo primero que vi fue irónicamente a una Bárbara radiante ante una audiencia más bien escasa. Los síntomas volvieron: los ojos dilatados, el caminar haciendose torpe, el cuerpo sintiendo un incomodo hormigueo, el corazón bombeando furiosamente sangre. Y todo esto aumentó cuándo ella fácil y rápidamente me identificó y detuvo momentáneamente su presentación para saludarme.

Esa noche, dónde Alexandra estaba ausente ya que días atrás se había lesionado la cadera, producto de una de sus tantos espectaculos incendiarios; me enteré el motivo del por qué Bárbara y parte vital de la plantilla extranjera de La Corbata, habían decidido abandonar dicho lugar.

Resulta que en La Corbata ya se había vuelto práctica común que “La Escoria”, optara por medidas drásticas para obtener copas: sexo oral, fajoteo descarado y promiscuidad rampante. El ambiente se había vuelto virulento. Aunque ninguna estaba obligada a ejecutar algunas de éstas acciones, era insostenible trabajar en un contexto tan repulsivo, además de que no fueron pocas las ocasiones que recibieron propuestas de los clientes para que hicieran lo que el resto.

A Bárbara, se le unieron en la huida tanto Kimmel así como su amiga Sabrina también procedente de Venezuela (de hecho ella fue quien introdujo a Bárbara en éste negocio); con las cuáles, debo de admitir, animaban hasta al más amargado (o sea, no sé si es genético, el clima o lo que comen; pero las venezolanas rifan y gobiernan el pedo); pero eran súper pose. Al momento que escribo esto, Kimmel y Sabrina ya no trabajan más en el mundo del table dance: Kimmel se relacionó sentimentalmente con uno de los meseros de La Corbata, el cuál eventualmente se convertiría en uno de los capitanes del lugar. Viendo la inminente debacle del lugar; ambos se salieron de ahí. Ella no siguió a sus compañeras y se le empezó a ver en clubs exclusivos cómo CADILLAC y GARDEN CLUB mientras su pareja se transformó en una suerte de padrote. La última vez que supe de Kimmel, había abierto su propio negocio; una estética la cuál, ella misma atendía. Sabrina por su parte, conoció a un cliente que la sacó de ahí; aunque por lo que supe en voz de la misma Bárbara, todo era la clásica relación por conveniencia ya que ella no se sentía cómoda con su nuevo ritmo de vida ni satisfecha afectivamente. Curiosamente en esas vueltas que da el mundo y contrario a lo que cualquiera que la ubicó en su faceta de “Diva” pensaría; un día de manera casual me la topé atendiendo un local de teléfonos celulares en Plaza San Cosme.

A El Escándalo, también terminó cayendo la (hasta ese momento) mejor amiga de Bárbara; una señora brasileña llamada FRIDA con la cuál me divertía mucho porque ella tenía un pésimo español y mi portugués es escaso, así que gran parte de nuestras conversaciones se trataban en adivinar y entender lo que decía el otro. Para ese entonces, no pensé que su nombre lo estaría escuchando insistentemente en los meses posteriores…

El punto de ese día fue que Bárbara…perdón, perdón, GABRIELA (el nombre con el que ahora era conocida en el lugar), abusara y me cabuleara a su antojo con respecto a Alexandra, sus celos y mi comportamiento todo nervioso (y eso que no lo llamó patético), cuando las tuve a las dos frente a frente. Su manera de cohibir hasta al más pintado, hizo que sólo me quedara cómo remedio, no decir algo de sus burlas no malintencionadas.

Bárbara aprovechaba también en darme su propia versión de lo que había sucedido en los vestidores de El Escándalo con Alexandra y así descubrí cómo se caracterizaría a la postre su rivalidad: Alexandra haría todo lo posible para provocar, para actuar con mala leche, en sacar ronchas; presumiendo que ella sin duda era la opción que yo elegiría. Bárbara por su parte respondería con seguridad, cinismo e inteligencia, para que sus palabras fueran secas pero contundentes. Ambas aparentaban que lo dicho por la otra no le afectaba en lo absoluto y mantenían una pose retadora. Aunque por supuesto, en el fondo si les calaba lo que oían de la rival.

Pensé entonces, que a partir de ese momento no sería raro enterarse de que una le vació cerveza al vestuario de la otra, o que una le rayó el disco a la otra antes de su presentación o que ambas llegaron a agarrarse a cachetadas guajoloteras y taconazos limpios en el baño.

domingo, 30 de marzo de 2008

NOCHE 15 - EL ETERNO FEMENINO.

¿Qué pasa si se junta en el mismo lugar a dos soberanas representantes del amor comprado y de la belleza sintética? Que sólo es cuestión de esperar para que surjan problemas. Y si uno está en medio del colapso, es irresoluble que también se salga perjudicado.

Todo mundo me advirtió en su momento que Alexandra era profundamente posesiva y que brotaban en ella unos celos incontrolables los cuáles la convertían en una hija de puta… y yo nunca hice caso.

Haciéndole honor a la regla #1 “EN EL TABLE DANCE TODO SE RIGE POR INTERESES Y DINERO”; resultaba hasta justificable que Alexandra peleara con uñas y dientes ser la primera y la única y que viera a sus compañeras cómo enemigas, cómo incomodas competencias, cómo las responsables de que su dinero ese día estuviera en riesgo.

Pero regreso al factor psicológico. Ese es el que me interesa.

Regla #3 “EN EL TABLE DANCE, LA VANIDAD Y FEMINIDAD SON FACTORES VITALES”. Quizás sean el todo. Saberse deseadas. Estar conscientes que las necesitas. Que entre el mar de mujeres la escogiste a ella. Que a diferencia del resto, a ella la ves diferente. Ese es el jugo que hay que explotar. De ahí depende todo, para que uno pueda rebelarse ante la rutina.

Ellas huelen quién es un cliente más, cuyas intenciones no van más allá de tener compañía un rato mientras toman sus tragos, eventualmente agarrarle las nalgas a la que se deje y ya muy prendido comprar su correspondiente baile privado; y quién es diferente, aquel con el que podrá hacer química, pasándola bien, teniéndole confianza (dándole su teléfono o confesándole algún secreto) y a la postre si dicha persona es habitual en el lugar (que por lo general lo es), tenerle ciertas deferencias y considerarlo su amigo. Así mismo perciben cuándo eres sincero y aprecian cuándo las tratas como seres humanos.

Así que para una bailarina, no ser aceptada en una mesa, ser sustituida abruptamente en medio de la plática y/o el flirteo o no ser la única opción para el cliente; no es perder una buena oportunidad: es una humillación, restregándole que su esfuerzo no tiene valor alguno y demostrándole que no es tan indispensable cómo quiere suponer.

Por ende, si eras un cliente identificado por Alexandra y optabas (¿osabas?) por escoger a otra persona previa y sobre todo posteriormente; ella no dudaba en asaltar tu mesa, no importándole con quién te encontraras acompañado, para exigirte una explicación, gritarte, reprocharte y verte con una mirada demasiado pesada para terminar retirándose indignada.

Ser popular y saberse deseada termina siendo para una bailarina, una horrible arma de doble filo. Por una parte alza su autoestima hasta el cielo, ya que está consciente de que controla a su antojo la suerte de sus compañeras, la libido de los hombres y de que todas las condiciones giran en torno suyo. Pero por el otro lado toparse que por muy “Diva” que sea no es la única, puede herirle de muerte el orgullo.

Sin embargo, por más desaguisados y descalabros que pudiera protagonizar, Alexandra todavía no encontraba la horma de su zapato. Se podría afirmar que ya había experimentado los dos lados de la moneda, pero todavía sin consecuencias. Seguía siendo la estrella de siempre.

Cómo yo no tenía ni carácter ni fuerza de voluntad ante ella, Alexandra sabía perfectamente que no tenía por qué preocuparse si me veía saludando a alguna de sus compañeras o estando fugazmente en compañía de otra; era sólo cuestión de imponer su presencia, para librarse de ellas.

Cuándo me vio saludar efusivamente a Bárbara, Alexandra perdió su confianza. Su semblante cambió acentuadamente. ¿Y dónde fue muy notorio esto? Cuándo Bárbara se despidió de mí y se retiró a los vestidores, Alexandra se dirigió intencionadamente al mismo lugar. Cuándo regresó a mi mesa me dijo con el rostro desencajado que le había cuestionado a Bárbara cuál era la relación que llevábamos y que de dónde me conocía. A su vez, me pedía que sin mentiras, le diera mi propia explicación, porque Bárbara le había dicho que ya nos conocíamos meses atrás.

Alexandra supo que por fin se había encontrado con una rival digna.

¡Como quisiera presumir que yo era el responsable de que una rivalidad iniciara! pero estaría mintiendo. En realidad el enfrentamiento no se trataba siquiera de bailarinas, sino de dos chicas que querían demostrar quién era mejor como “mujer”, y yo era sólo el pretexto.

Era improbable de que las cosas volvieran a ser iguales. Era complejo controlar dos personalidades tan fuertes. Quizá fue mera ingenuidad, pero en particular a Alexandra y a Bárbara, siempre las vi con otros ojos.

De acuerdo, Alexandra era medio convenenciera y tenía (¿tiene?) serios problemas con el alcohol y las drogas. También es cierto que no lo pensaba dos veces en coger con el primero que le pagara. Vamos, según los parametros nihilistas de este mundillo, uno debería ser un pendejo si se involucraba con ella y no pensaba en cogérsela; porque era fácil y relativamente barato.

Sin embargo, eso a mí me valía. La veía y no podía evitar decirle que sí en todo. Nunca pensé en cogérmela. Igual sí era muy sencillo. Igual a ella sí le prendía demasiado tener sexo de esa manera y no me hubiera tomado a mal mi propuesta de pagarle. Pero a mí eso no me interesaba. Lo que pretendía era saber cómo se sentía, en qué pensaba y qué deseaba. Y a pesar de su hermetismo, mi necedad era aún más fuerte. Creo que siempre he tenido algo de masoquista.

Por su parte, ver cómo Bárbara emanaba delicadeza de forma casi etérea, cada vez que bailaba con “Ella y Yo” de Don Omar y Aventura o “Tu Príncipe” de Zion y Lennox, se desnudaba, caminaba por los pasillos del lugar, saludaba, sonreía, tomaba su copa de anís, la escuchaba hablar y se despedia; generaba que en lo que menos pensara era en verla como objeto sexual. Igualmente me interesaba saber más de ella, de la “persona” no del “personaje” de “femme fatale” que adoptó.

Cómo una perversa ironía, por una coincidencia que me dejó a las puertas del antro; sólo me tardé dos días en regresar a El Escándalo.

NOCHE 14 - LA CONOCÍ EN UN MOMENTO MUY EXTRAÑO DE SU VIDA.

Bárbara irradiaba por todos sus poros, vanidad y feminidad. Así que, su mirada era fulminante, su caminar hipnotizante, su aroma embriagante, su porte especial, su trato cordial, su voz acariciante, su esencia única, su manera de ser dónde dejaba de manifiesto que era una “Diva” resultaba intimidante. Vamos, desde éste momento lo confieso: me enamoré perdida y profundamente de Bárbara.

Voy a ser sincero. Me cuesta un poco escribir éstas líneas, ya que estoy escribiendo de un amor platónico, de un absurdo, de un imposible, de una idealización. Ni hablar, yo sabía en qué terrenos me estaba metiendo cuándo empecé a escribir, así que estaba consciente que tarde o temprano me afectaría mencionarla.

Después de conocerla (dónde por cierto, surgió el “gag” local de bautizarla como “La Ingeniera” ya que esa misma noche me enteré que ella había estudiado en Caracas, Venezuela; su ciudad de origen, la carrera de Ingeniería Civil, aunque nunca la terminó; en una escena por demás sui generis, tanto por el escenario cochambroso bañado en prominentes luces rojas dónde se hacía dicha confesión, así como por lo asombrosamente disparatado de la situación); fueron pocas las veces que me topé nuevamente con Bárbara. Sin embargo los síntomas siempre eran los mismos: me bloqueaba, tartamudeaba y hacía patente mi nerviosismo.

(¿Mi comportamiento cada vez que la veo responde a que tiene bien practicado su personaje o es porque en realidad me gusta? ¡Demonios! ¿Para qué lo niego? Es evidente que Bárbara me voló la cabeza)

A pesar de aceptarlo, curiosamente no me pesaba tanto pensar que quizás no la volvería a ver porque La Corbata ya había perdido ahora sí todo su encanto.

Dos o tres meses después de la última visita a La Corbata escuché de su resurgencia y ahora hasta en días tan improbables cómo lunes o martes, el ambiente rifaba durísimo. Sobra decir que no tardé mucho en ir a comprobar la noticia.

En efecto, La Corbata había vuelto a ser “in”…aunque por un periodo fugaz.

Comprobar que aunque los meses habían trascurrido y que en realidad nunca mantuvimos una relación tan estrecha; Bárbara se hubiera acordado inmediatamente de mí, fue razón suficiente para reafirmar un hecho: estaba enamorado de ella.

Reitero, La Corbata tuvo un segundo aire mínimo. Semanas después nuevamente se encontraba muerto, quedándose sólo con lo peorcito de la plantilla.

Por ahí se encontraba una pareja de hermanas también procedentes de Venezuela llamadas PAULINA y KORINY; las cuáles sin embargo, en vez de pagarles para que se quedaran en tu mesa, lo que querías era pagarles para…quitártelas de encima; ya que sobre todo Koriny era conflictiva y demasiado molesta; por lo que sin decir “agua va” te soltaba putazos, arañazos y jalones de pelo (¡!). De hecho, ella fue la responsable que una noche que se encontraba en su apogeo, concluyera de súbito cuándo recibí de su parte un golpe en el rostro; al momento que ésta intentaba pegarle a un cliente, el cuál había rechazado besarla en la boca.

Chantal (¡sí, esa señora gorda con labio leporino y súper alcohólica!), cayó a ese tugurio a seguir exhibiéndose de la peor manera posible. Cuándo me la volví a encontrar, ella aseguró reconocerme. Considerando su alarmante nivel etílico, tengo la ligera sospecha que estaba mintiendo. Esa noche, terminé con un inolcutable chupetón en el cuello que duró por varios días, cómo premio.

Y así se seguía topando uno con extranjeras vulgares, mujeres decadentes, jóvenes avorazadas y más. ¡Puaj!

Justo ahí dónde descubrí en definitiva que sí me interesaba Bárbara, cuándo una boletera me daba una noticia que pareció cómo balde de agua fría: Bárbara había dejado de trabajar ahí y no sabía cuál era su nuevo lugar de trabajo. De hecho, la acompañó en el éxodo, parte de la “legión extranjera” de La Corbata.

Esa noticia que la boletera decía parcamente, a mí sí me movió.

Al parecer era sólo cuestión de resignación lo que me hacía falta para afrontarlo.

Así que, aquella noche que la vi en la pista de El Escándalo, el corazón se aceleró, los ojos sólo tenían una dirección que era hacia ella, los músculos se tensaron, las palabras no brotaron, la mente se nubló. Y esto se acrecentó cuándo terminada su presentación, lo primero que realizó fue dirigirse a mi mesa y saludar (con todo y su caracteristico acento caribeño) en un tono entre bromista, amistoso, coqueto e intimidante.

Ahí empezó una nueva historia.

Podría decir que descubrí otro secreto de Alexandra la cuál había sido testigo de mi saludo con Bárbara: Alexandra no sólo era celosa, sino que si se lo proponía podía ser también una hija de puta.

miércoles, 26 de marzo de 2008

NOCHE 13 - DESCENSO A INFIERNILLOS LÚBRICOS.

Reconozco que entré tarde al mundillo intoxicante del table dance. De hecho, rara vez tomo alcohol en abundancia, reviento cómo marrano y me prendo más de la cuenta. Pero para celebrar mi cumpleaños 22, iba llegar el momento de conocerlo. Tenebrosa cueva que se encuentra al final de un callejón mal iluminado, que ostenta una famita de poder terminar sin billetera, el higado atrofiado o con un par de balazos apenas se cruza la puerta trasera simplemente por estar en el momento equivocado entre la gente que uno no quisiera toparse, mucho menos tener de amiga; nivel de prestigio equivalente a su densidad: La Corbata era el lugar indicado.

La Corbata era un antro naco. Quizás nunca entraría a un club fino para ejecutivos pero por lo menos en todos aquellos con luz fosforescente morada y decoración de mal gusto que conocería a partir de ese momento, me conocerían y atenderían bien.

Pequeño, con un ambiente entre lo kitsch y lo folclórico y una extensa plantilla conformada en su mayoría por centroamericanas ilegales, señoras gatonas, jóvenes descaradamente putas; y en su minoría atractivas mujeres sudamericanas con harta onda (de hecho gran parte del atractivo lugar, recaía en una súper-ultra-turbo-espectacular chica venezolana llamada KIMMEL); La Corbata era de esos antros que sí te ponían, cumbia alucinante, hip hop infecto, salsa para eventualmente bailar muy pegadito con la chica en turno y canciones cursis-cursis; mientras percibías un trato “familiar” de todo pinche mundo. Vamos, con esas características, en La Corbata te divertías sí o sí. Por ende, le perdí el asquito a asistir y al rato estaba cabrón que me sacaran ¡Ups!

Sin embargo, al conocer a Alexandra, abandoné súbita e ingratamente a La Corbata. Y sí el lugar me había adoptado cómo uno más de los suyos; sentía que era mi obligación reconciliarme con él. ¡Vaya decepción! La magía de La Corbata se perdió; el lugar se había vuelto un congal, pero ya no rifaba cómo antes. Vaya, ya ni te trataban como en tu casa. Y eso, sí calaba.


La opción más viable para sobrevivir a la infamia, era pedirle a un mesero que me llevara a una chica a mi mesa. Así de fácil. Pero siempre existió un pequeño problema al respecto: tenía la teoría de que si pedía a una chica, me terminarían trayendo a un perrito para que me diera la patita y sinceramente eso no me prendía nada, por lo que no acostumbraba ese recurso.

Además, también influía en mi decisión la regla # 11 del table dance:

- “EN EL TABLE DANCE, LA MAYORÍA DE LAS CHICAS NO TIENEN NI ESTILO NI EL TACTO NECESARIO PARA SU TRABAJO”. Si se solicita una chica, va implícito que se le llamó por algo y aunque no se está obligado a pagarle nada si no es convincente su compañía; esa falta de “feeling” hace que casi nadie oculte su impaciencia hasta que se le demuestre por qué está sentada con uno. Así que ¿para qué demonios se quiere tener al lado a una chica de esa forma? Tener a alguien que te llevaron a tu mesa, es súper incomodo: después de que ella se presenta y uno hace lo propio, no hay conversación alguna, sólo preguntas intrascendentes acompañadas por largos silencios:

- ¿Cómo va el trabajo?

- “Pues medio flojo, ¿eh? ¿Y ya habías venido?”

- Sí, llevo un par de meses viniendo. ¿Y ya bailaste?

- “No, todavía faltan como cuatro chavas antes que yo…. Por cierto ¿cómo me dijiste que te llamas?”

Así, hasta que se escucha la inminente pregunta: “Oye, ¿me invitas un tequila?”

Por todo ello, prefería que fueran ellas la que decidieran si yo les interesaba cómo cliente o no. Que en su recorrido, entre el grupo de oficinistas, el tipo medio alcoholizado, aquel otro de mala fama por propasarse con la que se dejara y el tipo que acababa de entrar al antro y que todas consideraban, estaba guapo; yo pudiera ser una buena opción. Por supuesto, el objetivo para ellas, seguía siendo el mismo: conseguir la mayor cantidad de alcohol posible; pero su actitud cambiaba drásticamente y se mostraban como tal cual eran. Era el momento perfecto para saber si se acababa de conocer a una “Starlet” o tal vez a una “Guilty Pleasure”. Ahora sí, llegaban con todo; cómo si les hubieran dicho que ese, era el último día que trabajaban; llegaban a arrasar, a dejar en claro que eran tan especiales, que para tenerlas ahí era obligatorio empeñar hasta a los amigos.

Ahora bien, esto también se aplicaba al otro lado de la moneda: cuándo la gerencia del lugar o un mesero a modo de “comité de recepción” endilga a una chica. Es un secreto a voces la regla #9 “EN EL TABLE DANCE, UNO NO SÓLO ES UN SIMPLE CLIENTE, TAMBIÉN ES UNA PRESA SEGURA”. Así que todos harán lo posible para que uno se quede acompañado toda su estancia, se gaste lo que ni se tenía contemplado y que se vea bonita hasta a la vieja más fea.

A la (muy probable) fallida bienvenida, le vendrá la imposición de otra y otra fichera hasta que tarde o temprano se pesque el anzuelo. Si uno al final no lo hizo, ya verán cómo conseguir lo más cercano: cobrar una cerveza de más, presionar con esa plaga conocida como boleteras, sacarse de la manga un chingo de impuestos y servicios (es un hecho comprobado que –técnicamente– en una visita a un table dance, se termina pagando dos cuentas: la “real” y la “pirata”, aquella que contiene el famoso –¿o deberé de escribir, infame?– 15% de IVA más esa propina cuasi clandestina del 10% del total de la cuenta que prácticamente exige el mesero; eso sin contar que toda esa pandilla de sub-empleados te pide algo; desde el encargado de “supervisar” los ticket tables, hasta el tipo que te da el papel en el baño. Y cuidado de no dar lo suficiente –o mejor dicho, lo que ellos creen que es suficiente–,a no ser que se quiera escuchar un “¡Uy! ¿A poco te atendí tan mal?” o un abusivo “Pues si es propina, no limosna”. O sea, intacto no se sale de ahí).


El hecho es que todos estos preceptos, esa ocasión valieron madres. (¡Juaaaa, toda ésta pinche vuelta para llegar a esto!). Reventé y no pude más. Me quise arriesgar y solicité a un mesero que me trajera a una chica, la que fuera, la primera que él viera estuviera desocupada, la que él considerara conveniente para mí.

Y repentinamente, llegó ella. Esa noche fortuitamente conocería a Bárbara.

martes, 25 de marzo de 2008

NOCHE 12 - "BUT I'M A CREEP. I'M A WEIRDO. WHAT THE HELL AM I DOIN' HERE?".

Había conocido a Alexandra y todo pinche mundo en El Escándalo me ubicaba.

Ahora bien ¿por qué desistí en proponerle grabarle? Eventualmente, conocí su secreto.

A través de los meses, los motivos para hacer “Noche Efímera” mutaron: empezó siendo un registro antropológico y sociológico de un entorno estigmatizado ciega e ignorantemente, que según yo, necesitaba ser conocido bajo otra perspectiva para posteriormente ser valorado en su justa medida; pasó a una indagación para saber del “personaje” del que se apropian estas mujeres; “la femme fatale”, “la lolita”, “la ninfomana ” o “la mujer misteriosa”. E inevitablemente terminó por convertirse en una obsesiva necesidad de conocer a la “persona” y su vida privada.

Por ende, andar agarrando nalgas, metiendo dedos en vaginas, chupando senos, besando a la que se dejara y tratando a todas cómo viles putas, nunca fue lo mío. Curiosamente, en no pocas ocasiones, fueron ellas mismas las que me cuestionaron por qué no me atrevía o animaba a tocarlas.

Será porque lo que a mí me interesaba era observar cada y uno de los detalles que se gestaban por mínimos que fueran estos: el grotesco y misógino desfile de las chicas en la(s) pista(s) al iniciar la jornada cómo si estuvieran exhibiendo carne; el cliente con altos grados etílicos en la sangre, peleando con el capitán del lugar negándose a pagar su cuenta alegando que le han cobrado de más; el caótico tránsito de mujeres por los pasillos del lugar; la boletera a la cuál le ha llamado la atención el gerente porque no está atenta en hacer bien su trabajo; la joven que revela su pudor, cuándo pide que bajen las luces lo más posible al momento de su desnudo…

El pasar varias horas hasta que el amanecer me alcanzara, sentado, tomando una, dos, tres, cuatro cervezas (o las que el cuerpo y el bolsillo aguantaran); seguramente teniendo a “Enjoy the Silence” de Depeche Mode o “Goodbye Horses” de Q. Lazzarus de fondo, mientras que las luces estroboscopicas hacían su función de alterar los sentidos; servía para documentarme cómo Dios manda y hasta me daba oportunidad de andar de ocioso haciendo estúpidas preguntas cómo por ejemplo:

- ¿Quién es la mujer con el nombre (o mejor dicho, seudónimo) más extravagante (por no decir, más presuntuoso)? Ahí están peleándose el título Ameyali, Beyonce, Caricia, Celeste, Charlotte, Damian, Danger, Dangina, Fanny, Galaxia, Halloween (¿?), Ileyan, Jordan, Karuna, Loreto, Lynn, Matrix, Maxine, Mistique, Mónaco, Montana, Ninfa, Nirvana, Sakura, Suleika o Tequila (¡En serio, existen jóvenes a las cuáles no les importa qué tan naco pueda escucharse y se hacen llamar así!).

- ¿Cuáles son los nombres que con más frecuencia se repiten? Probablemente el plenilunio depare destinos insospechados, probablemente no. Posiblemente se labre un futuro, posiblemente de forma inexonerable, no. Sin embargo, ineluctablemente uno se topará a través de unas cuantas horas, con mujeres con nombres convertidos en lugares comunes cómo Allison, Anahi, Azul, Brisa, Dafne, Jessica, Lluvia, Perla, Shakira, Sharon, Vanesa y Yadhira.

- ¿Cuáles son los vestuarios o disfraces elegidos por las damas, que más rifan y cuáles son los más gachitos? Definitivamente vestirse de enfermera siempre será más efectivo que toda clase de palabras cochinotas susurradas al oído. También el combo lencería de encaje + plataformas extremadamente altas puede estimular para que los niveles de testosterona, se eleven. Ya cómo fetiche personal siempre estuvo el look de secretaria ejecutiva que la neta jala greña: lentes, adornito en el cuello, brassiere, faldita y tacones. ¡Uhu, que viva el look de secretaria!


Por otra parte, sigo sin comprender por qué a todo mundo le mata ver viejas disfrazadas de vaquerita, policía, bombero o de edecan de automovilismo. ¿Quién demonios les dijo que se podían ver interesantes con esos uniformes? Chicas, dejen de ponerse esos horribles trajes completos pegados al cuerpo y ya, todos contentos.

- ¿Qué canción debería de estar prohibida en estos lugares? “Creep” de Radiohead. O sea, la rola es muy buena, funciona perfectamente para quitarse la ropa y seguramente Thom Yorke recibirá el cielo por haberla compuesto; pero ¿qué pinche necesidad de quemarla de esa manera? Y es que habiendo tantas y tantas buenas canciones, todas, sin excepción, al menos una vez la han utilizado; cómo si representara una democratización: se puede escuchar desde el antro más elitista hasta en el congal más infecto. Además, siempre he tenido la misma duda: ¿las chicas sabrán el significado de la letra y eso es lo que las une? ¿Pensarán ingenuamente que es la quinta esencia de la sofisticación? ¿Entenderán que la canción habla de perdedores y en realidad es demasiado pesimista?

- ¿Cuál es el peor elemento en la decoración existente que uno puede apreciar? Estoy en una disyuntiva: si en la entrada de un antro te recibe una marquesina con un letrero que reza “EL LUGAR CON CLASE”, bajas la mirada y lo primero que ves, es una tosca figura de un tigre blanco; sabes por lo menos una cosa; entrar ahí es ateniéndote a las consecuencias. Ese momento totalmente sui generis, el cuál se podía apreciar en el MIROG, compite contra la correspondiente horrible efigie de un perro dálmata de LA CORBATA (¿?), el altar churrigueresco de La Tentación y la estorbosa plataforma en forma de diamante en medio de plena pista del QUEENS PABELLÓN COPILCO.

Historias nacían, crecían, se reproducían y morían en mi mesa. Y ese ciclo me servía para clasificar y catalogar a las chicas del lugar. Vamos, realizar una cosmografía del mismo, para saber posteriormente a quiénes convenía dirigirles la palabra y con quiénes era mejor ni intentarlo. Hecha la disección, conocí que existen principalmente tres grupos bien definidos que dominan el territorio:

- “LAS DIVAS” – Ellas no buscan clientes de mesa en mesa, tú eres el que debes de buscarlas y solicitarlas…con el riesgo de ser objeto del desaire despiadado. Féminas extranjeras (y en menor medida nacionales) excesivamente operadas o con cuerpos (casi) perfectos que disfrutan ser observadas y deseadas, no por nada son las “femmes fatales” por antonomasia; aquellas que se distinguen porque en la pista, están más preocupadas en verse al espejo más cercano o buscando un cómplice que se derrita cual hielo ante sus pies para así sentirse cachondas; que en bailar.

- “LAS STARLETS” – El contingente más nutrido del lugar. Básicamente son las chavas más accesibles y las menos prejuiciosas. O sea, el mero buen pedo. Son aquellas que te pueden dejar con la boca abierta con una presentación impredecible y una selección musical súper original; las responsables que puedas hablar amenamente sin que te des cuenta que han pasado varias horas desde que llegaron a tu mesa; las personas que demuestran que hasta encuerarse, acompañar a un grupo de monos y platicar tiene su chiste y que mucho consiste en el estilo y la actitud.

- “LA ESCORIA” – Alcohólicas y/o drogadictas, promiscuas, abusivas, vulgares, ex – vedettes en desgracia, decadentes, en muchos casos “wannabe” (entiéndase con esto, aquellas que viven y trabajan para rendirle culto y tributo a lo inauténtico); mujeres que en términos estéticos tienen físicos diametralmente opuestos a los ideales y estándares de belleza impuestos por el table dance; en menor medida, “has been” con cuerpos dónde el tiempo ha cobrado factura y la fama las abandonó; tendientes todas ellas a brindar shows ofensivos al buen gusto: algunas, parecen más, que están resolviendo ecuaciones matemáticas porque su mente y su cuerpo están en lugares distintos; otras hacen actos aburridísimos acompañadas por canciones en sus versiones remix horribles y eternos (Zzzzz…) y unas cuantas más provocan el mero humor involuntario por su torpeza. Cualquier semejanza con Esmeralda NO es mera coincidencia.

- Y en medio de las “Starlets” y “La Escoria”; se forma una sub categoría que se podría definir como “GUILTY PLEASURES”: no son bellezas impresionantes, tampoco son esperpentos; simplemente tienen su lado encantador muy particular por lo que no son para todos los gustos. Xavier Velasco, en su libro “Luna Llena en las Rocas: Crónicas de Antronautas y Licántropos”; escribió al respecto, una definición que me fascinó: “...son aquellas cuya exótica hermosura se ríe de la perfección; y es más: sus imperfecciones, de por sí ajenas a la asepsia común del Factor Barbie, son el magneto fatal que les da misteriosos poderes sobre aquellos que aprecian cuanto es único. Mujeres asimétricas, desdeñosas del modelo o desdeñadas por él, cuya sensualidad vive unas millas más allá o más acá de las muecas fenicias que dan al Factor Barbie la espontaneidad propia de un infomercial. Mujeres que jamás se sientieron beldades, pero igual se sentí
an seductoras. Mujeres cazadoras, amazonas vampíricas, chicas acaudaladas de experiencia y olvidadizas de toda parvulez...”(1).

Por supuesto, ni todas las “Divas” son inalcanzables, ni todas las “Starlets” son la buena onda en persona, ni todas las que integran “La Escoria” son nefastas. Todo depende del tacto con la que uno se conduzca… y la suerte que se tenga.

Técnicamente, existe una clasificación “oficial” que coloca, según el criterio de los dueños, en diferentes “niveles” a éstas muchachas, dependiendo de su físico (y en algunas ocasiones, por su nacionalidad). Obviamente el “Primer Nivel” corresponde a mujeres argentinas, brasileñas, checas, croatas y una que otra mexicana de físico espectacular y que por ende, tienen mejores sueldos y mayores privilegios; así hasta llegar a las que son consideradas “De Piso” o “De Salón”o sea, que ni siquiera tienen el derecho de bailar y en algunos casos deben de trabajar doble turno por bajos sueldos. Hay lugares en los que exclusivamente trabajan chicas de cierto “nivel”. Por ejemplo, las del “Primer Nivel”, sobre todo se encuentran en los “trendy” y…
¡tómala, ya me desvié demasiado del punto!

El entrometerme en los respectivos dramas de estas mujeres; me llevó a escuchar azarosamente, pizcas de temas cómo: lo agobiante de su presente, la imposibilidad de ocultar su pasado que las condujo a trabajar ahí y la incertidumbre por su futuro. Sin embargo, pesaba más la desconfianza, el hermetismo, la prudencia. El ambiente obvia y notoriamente las maleó, les endureció el carácter, las hizo inexpresivas.

Así que, mi afán de acercarme con ellas fue a base de preguntas cómo ¿Qué me cuentas? o ¿Qué hay de nuevo? A pesar de lo sincero de las preguntas; la reacción natural de ellas era desconcertarse cómo si les hubiera dicho Quiero olerte las axilas, viéndome como si las hubiera humillando y su respuesta se limitaba a “Nada ¿qué quieres que te diga?” o “¿Qué quieres saber?”en un tono serio o con una alta carga de sarcasmo.

Por consiguiente, así descubrí el camuflaje de Alexandra: la rebeldía que destilaba, la actitud que despedía, la vestimenta que portaba, la música con la que gozaba prender fuego a la pista; la promiscuidad que presumía, la vulgaridad de la que alardeaba y la desfachatez que soltaba, sólo eran escudos.

En realidad, tenía cada quincena frente a mí, a una joven que necesitaba confesar en un estado vulnerable su tristeza, porque después de pasar la mitad del día en una actividad endiabladamente sofocante, pasaba el resto dormida así como cumpliendo sus funciones de madre soltera y ama de casa. Vamos, Alexandra prácticamente no tenía vida.

Pero entonces ¿para qué pregonarlo para que uno se enterara y simultaneamente negar contar de más?

Me explico: no tardé mucho en saber que tenía un hijo llamado ULISES, el cuál sufría déficit de atención y haciendo cálculos, ella lo tuvo por ahí de los 16 años; producto de una relación fallida. Era de Monterrey, Nuevo León, en realidad su nombre era SANDRA y al momento de conocerla tenía 25 y su hijo 9. Su desencanto consistía en pensar la imposibilidad de estudiar una carrera universitaria y que su rutina la llevaba del trabajo a la casa y viceversa, así sucesivamente.

El hecho, es que al estar consciente de su situación, al preguntar ¿Qué me cuentas? no era para intentar hacerla sentir mal, sino porque en realidad estaba interesado en saber de ella. Pero al parecer, eso ella nunca lo entendio. Reitero, la constante era regurgitar su presente cada vez que se daba la oportunidad, pero siempre consciente de no revelar más de lo necesario, cambiando mejor abruptamente la conversación.

Debo de confesar mi desánimo por las escuetas respuestas que escuchaba. Notaba aparte, que cada vez que asistía a El Escándalo, todo empezaba muy bien y me la pasaba bomba, pero paulatinamente me aburría cantidad, porque no tenía gran tema de conversación con Alexandra. Soy malísimo con las bromas y los chistes porque mi humor es demasiado nerd, mi petulancia me invade y porque yo iba por un objetivo en particular.

Éste sentimiento se acentuó la penúltima vez que asistí a El Escándalo. Esa fatídica noche mientras que estaba acompañado, una vez más por Alexandra, acepté finalmente después de escucharla, que el paso lógico era olvidarla; decisión que coincidió con una vuelta de tuerca a todo lo planteado hasta éste punto. No había existido ningún sobresalto; hasta que en el escenario vi a un par de mujeres de reciente ingreso en el lugar.

Una era SABRINA, una atractiva pero arrogante muchacha rubia, la cuál siempre andaba saltando de La Corbata a El Escándalo y viceversa aunque finalmente había optado por establecerse en el segundo local.

Pero me inquietaba saber que al cruzar miradas con la otra mujer; ella, demasiado alta, de tez morena clara, rostro angelical, cabello largo, ondulado y negro; senos discretos, amplias caderas, trasero prominente y con dos tatuajes sobresaliendo en su cuerpo (uno con la figura de un dragón y dos caracteres chinos alrededor en el hombro derecho y otro en forma de grecas en la cintura); ésta me reconoció y me sonrió.

Me percaté entonces, que frente a mí estaba sorpresivamente ella. Esa noche volví a ver a BÁRBARA.






(1) Xavier Velasco - Mamazonas a Galope, incluido en “Luna Llena en las Rocas: Crónicas de Antronautas y Licántropos”; Pág. 74. Editorial Alfaguara, 2007.