martes, 11 de marzo de 2008

NOCHE 03 - SU MISERIA FUE MI ALEGRÍA.

Siempre procuré no tratar a la teibolera, cómo tal, sino cómo persona, cómo mujer. Quizás ese fue el motivo por el que de forma involuntaria, rápidamente perdí el anonimato. Por supuesto, ese también fue el pretexto para mi fatídica debacle. Pero todo a su momento.

El hecho es que por ese sentimiento que me corroía cada vez que veía a Esmeralda, siempre le terminaba pagando una o dos cervezas. Y en vez de aprovechar agarrandole una nalga o pidiéndole (con toda la amabilidad posible, faltaba más) que se desabrochara la blusa para chuparle los senos, yo intentaba ofrecerle al menos diez minutos de respiro. Después de eso, la veía pararse de mi mesa para recorrer de una manera asombrosamente pertinaz pero infausta; todas, absolutamente todas las mesas existentes en el lugar.

Las primeras ocasiones era una pérdida total de tiempo (y de dinero). Pero conforme pasaron las semanas, logré obtener en alguna medida su confianza, soltándome cositas por allí y por allá de su vida privada. Aunque relacionarse con una persona cómo Esmeralda era complejo y desgastante. Ella ejemplificaba perfectamente del por qué el título provisional de mi documental hablaba de lo disoluto: cada noche con ella era volver a empezar, intentando que saliera momentáneamente de su trance etílico y de drogas químicas, sólo llegando al mismo punto siempre.

Una noche ya lejana; una palabra, un gesto, una caricia y la inercia me empujó a bailar con ella “The Scientist” de Coldplay teniendo sus brazos rodeandome el cuello (¿Qué hago aquí si a mí ni me gusta bailar?); mientras en la mesa aguardaba la segunda cerveza que le invité. De ahí, continuó su vía crucis por varias horas más, sin que nadie se animara a tenerla de compañía. Vaya, ni siquiera como objeto sexual.

Pasó su primer show. Vergonzoso.

Pasó el segundo. Peor.

Trató de agradar a todos. Fracasó.

Intentó acoplarse a sus compañeras. Una vez más, todas la rechazaron, hablaron mal de ella, consideraron que estaba loca y que era lesbiana porque cómo siempre a mitad de la noche le dio por querer besar a la primera compañera que se le pusiera enfrente.

Lastimeramente se colocó de rodillas inclinada en una mesa desocupada que se encontraba al fondo del lugar, para exhibirse a ver si alguien caía en la “trampa”.


No funcionó.

Cinco de la mañana y una jornada más Esmeralda, probó los sinsabores de ese mundillo turbio. Pero todavía quedaba algo más. Y eso a mí me servía.

CHANTAL, una de sus compañeras, le insistió que la acompañara a pescarse a dos jóvenes que al parecer se les había perdido el bar fresa de moda, porque su look no correspondía en lo absoluto con la gente rasposa que asiste a ver viejas encueradas.

Chantal tenía todas las de perder. Ya era una señora que rebasaba los 40, estaba gorda, usaba pelucas marca patito, ostentaba labio leporino, era prosaica y súper borracha. Si algún día vuelvo a ver a Chantal y está sobria, tendré que preocuparme demasiado.

Pero aún así, conseguía uno que otro cliente. Demostraba que no era imposible; que lo que se necesita en éste trabajo es actitud, aunque no te prenda mucho que digamos que todo pinche mundo te agarre la cola todos los días. Esmeralda no tenía actitud, y no hacía nada para cambiarlo; sólo hacía evidente que odiaba estar ahí.

Pero ahí la veía acompañando a Chantal, tratando de “atrapar” a los dos tipos. Chantal lo logró. Esmeralda…no.

Esmeralda ya se encontraba nuevamente en el rincón, sólo esperando a que la nombraran para ejecutar su tercer y último show. Infame cómo de costumbre.

Ahí cambió todo. Vi una historia. Vi a una mujer con la que sólo me quedó cuestionarme ¿Por qué demonios está aquí? ¿Qué la empuja a estar trabajando en esto? Porque independientemente de la necesidad económica, era obvio que había algo más que incitaba a Esmeralda a permanecer ahí.

Esmeralda involuntariamente me había dado la clave que necesitaba. Lo dicho, sólo era cuestión de sentarse y esperar. Nuevo título en mente ya tenía:“NOCHE DISOLUTA”.

Esa noche disoluta terminaba para Esmeralda en la ignominia, y para mí con otro aspecto: ya tenía algo más claro en mente. Aunque antes tuve que sortear a Chantal, para recuperar mi dinero (y perder mi dignidad); después que llegó a mi mesa, súper alcoholizada, atajándolo cuándo iba a pagar la cuenta y metiéndoselo (literalmente) por el culo (¿Así o más denigrante?).

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