lunes, 3 de marzo de 2008

NOCHE 02 - COMPRA-VENTA SUBREPTICIA DE BELLEZA.

La primera vez que la vi, saltando de mesa en mesa, fingiendo cínicamente interesarse en el cliente en turno, planeando cómo obtener de la manera más rápida y sencilla copas; consideré a Esmeralda como una de las chicas más populares de lugar y hasta la catalogué cómo una “Diva”, aquel tipo de mujeres que parece que te van a cobrar sólo de verlas.

El tiempo, me demostraría que no sólo no era popular en La Tentación, sino que además era la menos querida ahí. Sonaría muy cruel si le digo “apestada”(¡Chin, ya lo escribí!)

Originaria de San Pedro Sula, Honduras, con Esmeralda existía una aguda mitomanía: en ocasiones afirmaba tener 33 años y a partir de ese punto podía aumentar o disminuir su edad considerablemente. Nunca consideré que fuera ni fea ni bonita. Aunque si se le veía más de cerca, se podía notar su vulgaridad: su maquillaje exagerado, su peinado totalmente pasado de moda para su cabello rubio, su perfume… ¡puta, su perfume! Podía quedarse impregnado por días en tu ropa y tu cuerpo. A diferencia del resto de sus compañeras, ella prácticamente siempre portaba el mismo vestuario: el clásico de colegiala con unas botas, con el cuál resaltaba su voluptuosidad, pero no le sentaban nada bien; sobre todo por que evidencíaba una terrible celulitis. Vamos, todo un cliché con patas. Su selección musical para sus presentaciones era totalmente “outsider”, y quizás por eso tenía su encanto: “Your Love” de Lime, que es una gran canción de high energy medio discosa de 1981 y “Total Eclipse of the Heart” de Bonnie Tyler, que es un tema súper cursi de 1983 que dura ¡más de seis minutos!

No tardé mucho en enterarme por qué nadie la quería.

La dinámica más usual para una bailarina a la hora de conseguir copas y la cual tú cómo cliente deberás conocer para poderte simplemente involucrar y dejarte llevar por la ficción, es la siguiente: ella llega, empieza a preguntar cosas cómo “¡Hola! ¿Por qué tan solito? ¿Puedo sentarme?”. Tú aceptas. Y así te la sigues, con vacuidad e hipocresía para charlar y eventualmente (si es que ese es tu plan), desfachatez para empezar a meter mano por dónde se pueda. Diez minutos más tarde, ella te pedirá de alguna manera, ya sea sutil o mucho más directa y hasta agresiva (“¡Ándale cabrón! ¡Invítame una copa, para persignarme!”) su correspondiente bebida. Tú todavía no cederás. Y es que no te salen gratis. Hay que pensarlo fríamente.

Cómo la estrategia no funcionó, ella hará todo lo posible para demostrarte por qué debes de gastar en ella. Tú empiezas a tantear y cinco minutos después sólo te quedará decidir si, le pagas esa ansiada copa o si te vas a quedar solito, porque ella irresolublemente se irá. No es accidental que mi primera opción para llamar a mi documental fuera “Efecto Disoluto”, porque ésta rutina se podrá viciar y quizás se repita, dos, tres, cuatro veces más o probablemente toda la noche.

Claro, todo es de contentillo. Si el negocio está a la baja y se sentó en tu mesa una de aquellas chicas a las cuáles no les gusta las dilataciones, no hay segunda oportunidad. Si el negocio está a la alza, quizás no seas tan importante como el tipo de a lado. Se tendrá que aprender y posteriormente recordar la regla #1 del table dance, la más importante de todas:


- “EN EL TABLE DANCE TODO SE RIGE POR INTERESES Y DINERO”. Por ende, las palabras se evaporan, las caricias se olvidan y la búsqueda de idilios, por lo general provoca deliquios sin que a ellas les importe.

Irónicamente, entre más me hundí en aquellos resquicios, esa regla se me fue olvidando.

Esmeralda se boicoteaba solita. No sé si ella lo supo alguna vez. No puedo decir que me daba lástima, pero sí me daba una sensación muy desagradable, cada vez que era rechazada de la peor manera, cada vez que se rehacía en cuestión de segundos para dar el salto a la siguiente mesa buscando mejor suerte, cada vez que hacía el intento por bailar y no lo conseguía y sólo obtenía hacer una y otra vez el ridículo. Así todas las noches.


Su estrategia para abordar a los hombres, apestaba. Llegaba en su perpetuo estado que mezclaba su evidente adicción a la cocaína con lo poco que había podido tomar en la jornada e inmediatamente te exigía una cerveza, pensando por alguna razón, que su molesto dejo de promiscuidad, besando a cualquiera, pasando su lengua por el cuello de perfectos desconocidos o exhibiendo sus senos naturales a la primera provocación, era la clave para su éxito.

Ahora que, si eras amable, bien intencionado o de plano un imbécil y aceptabas, te podías dar cuenta que habías cometido un grave error, algo así cómo una novatada, pues. Y es que Esmeralda presumía ser malísima actriz. No te contaba nada. Se notaba su urgencia por terminar lo más pronto posible el trámite. Vaya, exudaba asco por su trabajo.

Las semanas pasaban pero las cosas no fluían. Algo faltaba. Todo pecaba de ordinario y viciado. Empero, ese maldito tiempo, otra vez se traía algo entre manos.

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