viernes, 14 de marzo de 2008

NOCHE 05 - DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE UN VOUYERISTA.

Ok. Para resumir, sí, una noche con Esmeralda es la cosa más rara del mundo. Listo.

Ahora sí, tenía que concentrarme y pensar en los puntos a tratar en mi documental.

Por lo pronto no quería que fuera moralista y que reprobara que unas cuantas “chicas inocentes arrastradas por las circunstancias”, se quitan la ropa por dinero, mientras que “viejos sucios” las observan y manosean libidinosamente.

Tampoco deseaba que fuera sensacionalista y denunciara la explotación que reciben menores de edad y mujeres que residen ilegalmente el país, así como los negocios turbios que se manejan en las entrañas del lugar: prostitución, venta de alcohol adulterado, lavado de dinero, narcotráfico, sobornos, lugares con falta de seguridad y protección civil, permisos clandestinos para operación de establecimientos y un largo etcétera.

Cómo me parecía vil y cobarde, la explotación morbosa para regodearse en las miserias de estos personajes marginales, totalmente descartada quedaba esa opción.

Y mucho menos pretendía que fuera efectista y se viera en primer plano cómo alguien sacaba de su vagina un hielo y lo depositaba en un vaso sin la menor evidencia de remordimiento.

Para no volarme tanto, lo que pretendía era que aquel que viera “Noche Efímera”, oliera el particular aroma que se percibe desde los primeros segundos que se entra a un table dance: una inconfundible mezcla de sexo, feromonas, alcohol, cigarro, sudor y perfume corriente.

Que el público conociera a la chica más popular del lugar y su historia. Y también a todas las “Esmeralda” que pululan por allí y por allá, mendigando lo que sea. Y ¿por qué no? que viera quiénes son las personas que asisten puntualmente para gritar “¡Pelos, pelos!”. Igual se identificaba. Igual se sorprendía.

Que confirmara que en todos los table dance que existen, tanto las boleteras como los DJ’s son intercambiables. No tengo ni la menor puta idea del por qué; pero el hecho es que prácticamente todas las boleteras son idénticas físicamente (jóvenes, ligeramente pasadas de peso, estatura mediana y una timbre excesivamente chillón) y los DJ’s tienen el mismo tono engolado de voz y el mismo estilo para decir frases tan “inspiradas” cómo “…continuamos con Galilea en su momento a flor de piel...” o “…Pamela no se va a quitar la tanga si no le aplauden...”. Quizá yo nunca me enteré y sea requisito el físico para ellas y decir ese tipo de comentarios para ellos si se quiere trabajar ahí. O sea ¿A flor de piel?

Que el espectador apreciara lo naif de la decoración y también escuchara el pop de moda, teniendo una sorpresa musical (siempre hay una sorpresa musical) reservada al final; quizás italodisco bizarro o a lo mejor un clásico cómo “Lullaby” de The Cure o “Where is My Mind?” de los Pixies. Si uno cómo cliente, no sabe a bien que le depara la selección musical, mucho menos el espectador.

Quería hablar de la diversión que genera ir a un table dance, así como de la decepción que provoca que la joven que te prende no esté en tu mesa porque se encuentra ocupada. Del gusto que tiene esa chica porque se sabe deseada y le alza su vanidad, así como del sinsabor para otra, de toparse que las cosas no están funcionando cómo ella desea.

Mientras escribo esto, me doy cuenta de lo obvio que era mi propuesta.


Total, ególatramente tenía una ventaja: el haber pasado dos años estudiando la carrera de Realización Cinematográfica, agudizó mi capacidad de observación; más analítica y sagaz (Debo de registrar el mundo entero de un sólo reojo para que no se me escape ningún detalle por ínfimo que éste sea. / Atisbo por su mirada, que la chica con la que me topé rumbo al baño, carga un gran dolor. / Supongo que las intenciones del grupo de amigos que acaba de entrar son las de agarrar nalgas. / ¿Me conviene entablar una conversación con la mujer que acaba de sentarse en mi mesa? Digo, después de lo que expuso en la mesa contigua, quiero creer que en cinco minutos se acabará su bebida y no me dirá ni su nombre. No, mejor ni me arriesgo. / ¡Vaya! Al parecer el señor que se encuentra al fondo, está disfrutando demasiado el ticket table que acaba de pagar. Creo que ya es el quinto. Y la chica, en lo suyo, concentrada. Debería de haber un tratado metafísico que busque la verdad absoluta acerca del ticket table: ¿qué elementos debe de contener uno para que se pueda decir que es bueno y un cliente quede satisfecho? ¿Qué lleva a un hombre a gastar la quincena entera para que una chica en particular le restriegue su humanidad por un par de minutos? ¿Cuántos de los aquí presentes han sufrido eyaculación precoz o disfunción eréctil apenas la chica se sube en sus piernas? Ellas, en caso de que esto se presentara, ¿lo evidenciarían? / ¿Es mi imaginación, o es la tercera vez en una hora que el DJ pone “Hotel California” de The Eagles? / Esa tanga está a punto de caer y la chica del sinuoso y transpirado cuerpo sabe que su momento es ahora...) y de entendimiento (Atento. En cualquier momento, vendrá un haz de sutilezas, comentarios que se quieren subliminales y dobles sentidos dichos por ellas; y estoy obligado a captarlos con facilidad para descifrar el lenguaje y los códigos propios del recinto).

Éstas aptitudes fueron las responsables de las demasiadas experiencias vividas al interior de ese y otros table dance en los meses posteriores: la penosa noche que terminé completamente encuerado en medio de la pista por iniciativa de una repulsiva brasileña ya entrada en años; esa infame velada que súbitamente terminó cuándo fui golpeado en el rostro por una agresiva venezolana totalmente perdida en el alcohol; el pasar imperceptible del crepúsculo al amanecer con “Careless Whisper” de George Michael al fondo, contemplando el desfile de todo tipo de personas en mi mesa (altivas, agradables, acomplejadas, guapas, poco atractivas, fastidiosas, divertidas, inteligentes, jóvenes, viejas, cachondas, reacias, cínicas, promiscuas, sencillas, chismosas, discretas, femeninas con un aroma especial, descuidadas apestando a sudor…) y en toda clase de estados (borrachas, excesivamente drogadas, deprimidas, eufóricas, enojadas, preocupadas, alteradas…); las charlas que se quedaron en mero exordio cuándo advertí que le caí pésimo a algunas de ellas; la arritmia que caracterizó mis ridículos intentos de bailar salsa o pasito duranguense con ficheras que inoportunamente llegaron a mi mesa cuándo los primeros acordes de la canción se dejaban escuchar; los inmorales perreos que protagonicé con los que me sentí sucio a la mañana siguiente; ese engolosinamiento que me costó terminar debiendo dinero ante los ojos reprobatorios de la gerencia del lugar; la variedad de lugares que exploré cómo un cazador solitario ávido de lo inesperado; la zozobra provocada por un ticket table comprado al no saber si había pagado por lo memorable o lo innombrable; mi impotencia que permaneció indeleble un par de días por haber sido impunemente estafado; el hálito arrancado cuándo ellas me dedicaron espontáneamente su presentación; la noche y sus límitess que me ofrecieron amores improbables...

Lo que procedía entonces era sostener mis argumentos pragmáticamente; demostrando que lo dicho no sólo era una bola de tonterías.

Empero, en mi camino tuvo que atravesarse ALEXANDRA. Y a partir de ahí, ya nada fue igual.

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